Un
definitivo artículo de Arcadi Espada contra esa ambigüedad tan extendida de los
que posturean descerebradamente creyendo defender a los desfavorecidos y se
cagan, sin darse cuenta, en las víctimas:
"En cuanto sucede una matanza pongo en marcha un
reloj. Tic-tac, tic-tac. A ver cuánto tarda en aparecer. El que espero es un
bobo solemne, adversativo, que tratará de aprovecharse de los cadáveres
calientes. Desde que ha recuperado el habla, Arnaldo Otegi ejerce de
nuevo una posición de privilegio. Y la verdad es que ayer ya rozó el éxito,
dividiendo la sangre de los belgas entre 'flandrias' y 'valonias', sin que
hubiera en sus palabras ninguna condena. Para Otegi y los de su jarcia el
terrorismo es como un tsunami. Sólo cuando lo practican, el hecho se inscribe
en la esfera moral. Bien es verdad que como celebración y no como condena, pero
lo que importa es puntuar.
A pesar de su veteranía y su esfuerzo, Otegi ha
tenido que ceder esta vez en beneficio del alcalde de Zaragoza, Pedro
Santiesteve, miembro local del tumulto podémico. Lo primero que ha hecho el
alcalde es llamar 'ataque' a la 'matanza'. Es una opción. Prefiere la acción
a las consecuencias, lo que, sin duda, es más higiénico. Debe también de
llamar 'ataque' a la violación. Luego ha puesto un par de adjetivos ligados al
llamado 'ataque': «irracional e indefendible». Todo el que se fija sabe cuál es
el problema de estos adjetivos tan sospechosamente hartos de balón: llevan
cosidos sus antónimos. De tal modo que el alcalde, cuántico a la manera del
gato 'schrödinger' que acaricia mi compañero Ignacio Vidal-Folch, está
diciendo que el ataque es irracional, indefendible, racional y defendible. Yo
no me invento nada, y la prueba del antónimo es que el alcalde ha concluido con
la solemnidad que se espera del género: «De alguna forma nos vuelve esa
violencia que hemos contribuido a sembrar en el mundo».
No hay necesidad de que ninguna persona sana pierda
un momento en desactivar, cual tedax, la densa y bárbara colección de falacias
morales, políticas, históricas, que se esconden debajo de cada una de las
palabras del alcalde. Pero yo, en mi obligada insania profesional, quiero hacer
una excepción. Hemos, dice. Ese 'nosotros'. La imprecisión del sujeto forma
parte de su mangoneo. Pues bien: ha llegado el momento de decírselo, a él y a
sus sectarios habituales. Dejen de ensuciar con sus sinécdoques. Y paguen de
una vez por lo que hayan hecho. Por sus crímenes, que reconocen. Sin
metáforas. Sin risitas. Y usted Santisteve, el primero. Pague por esa violencia
que dice que ha contribuido a sembrar en el mundo. Redímase. Y cíñase el
cinturón. En los Monegros es un buen lugar. O si le falta valor, o si cree,
hombre, que no hay para tanto, elija otro modo menos traumático de callar para
siempre."