Translate

sábado, 13 de julio de 2013

Alonso de Contreras. La desmesura precisa.



El niño de familia humilde que empezó sus aventuras como un rapaz fuera de la ley, posteriormente trabajó como corsario para los caballeros de Malta y luego entró en la milicia española, donde fue alférez, capitán y protegido del conde de Monterrey, no era experto en letras y tenía muy claro cómo debía contar su vida:


“Esto ha sucedido hasta hoy, que son once de octubre de 1630 años, y si hubiera de escribir menudencias sería cansar a quien lo leyere; además que cierto se me olvidan muchas cosas, porque en once días no se puede recuperar la memoria y hechos y sucesos de treinta y tres años. Ello va seco y sin llover, como Dios lo crió y como a mí se me alcanza, sin retóricas ni discreterías, no más que el hecho de la verdad. Alabado sea Cristo.”


Esto lo escribió Contreras al final de su relato autobiográfico, antes de los añadidos. Toda una declaración de estilo.
Si se inventó algo o no, no lo sabemos. Lo cierto es que ese su ‘no estilo’ “seco y sin llover” se mantiene de principio a fin sin decaimientos ni vacilaciones.
La vertiginosa sucesión de idas y venidas, viajes, aventuras y peligros sin aparente elaboración literaria que presenta el espontáneo discurso no impide, empero, una precisa virtud expresiva y un sorprendente registro de detallados recuerdos que, al pulso y capricho de su memoria, van salpimentando el texto aquí y allá.

Entre continuos episodios que son un alarde de economía explicando terrible crueldad como éste:

“(…) Peor le sucedió a mi piloto, que le cogieron dentro de cuatro meses yendo en corso en una tartana, y le desollaron vivo e hincharon su pellejo de paja, que oí está sobre la puerta de Rodas.”

…hay otros casi candorosos como éste:

“(…) Despedí el bergantinillo con los griegos. Pero olvidávaseme que trajeron con el turco cinco baúles de estos redondos turquescos, llenos de damasco de diferentes colores y mucha seda sin torcer encarnada y algunos pares de zapaticos de niños”

Bendita delicada memoria de la fiera militar.

Y es que todo es posible con este hombre; el estoicismo guerrero:


“(…) Y el capitán mandó que todos los heridos subiesen arriba a morir, porque dijo: Señores, o a cenar con Cristo o a Constantinopla. Subieron todos y yo entre ellos que tenía un muslo pasado de un mosquetazo y en la cabeza una grande herida que me dieron al subir en el navío del enemigo con una partesana, el día antes cuando ganamos el castillo de proa. Llevábamos un fraile carmelita calzado por capellán y díjole el capitán: Padre, échenos una bendición porque es el día postrero (…)”.

… y la displicencia casi bienhumorada ante las amenazas:

“(…) Supe que Solimán de Catania había jurado que me había de buscar y, en cogiéndome, había de hacer a seis negros que se olgasen con mis asentaderas, pareciéndole que yo me había amancebado con su amiga, y luego me había de empalar. No tuvo tanta dicha en cogerme, aunque me hizo retratar y ponerme en diferentes partes de Levante y Berbería”. 

No, desde luego no hay menudencias en todo su escrito. Todo va, señor Contreras, como usted dejó dicho, sin retóricas ni discreterías.
La aventura en estado puro, directo… salvaje. Sin complacencias reflexivas, porque no le hacen falta.
¡Ya tuvieran un dominio de la lengua similar muchos ‘inventores’ de aventuras que llegaron después!

No hay comentarios:

Publicar un comentario