Hoy me ha abordado por la calle un joven , un casi
adolescente, que sin mediar maneras ni saludo me ha espetado con desparpajo y
destemple: “¿Tienes un cigarro?...” Se lo he dado y apenas he acertado a oír un
‘gracias’ en forma de gruñido sordo cuando ya me estaba dando la espalda.
En ese momento, automáticamente, me he acordado, y no he
dejado de recordarlo durante todo el día, de un hombre, un hombrecito viejo de aspecto humilde, que hace aproximadamente un año, también en la calle, me pidió
con perfecta cortesía un cigarrillo. En el momento de dárselo se sacó un
diminuto monedero del bolsillo de su raído abrigo y con delicadeza me ofreció
una moneda de 50 céntimos para ‘pagarme’ el cigarrillo.
Entre el descaro del chaval y la vergüenza del viejo hay un abismo.
El abismo que separa la barbarie de la Civilización. La actitud del chico es
hija de un desenvuelto igualitarismo totalitario. El gesto del viejecito es
resultado de un respeto extremo entre, en el fondo, iguales. Evidentemente, no es lo mismo.
El desprecio de las formas y el olvido del decoro es un procedimiento típico del imbécil.
Yo es que ya no doy si no utilizan el usted conmigo. Y está perdiéndose; qué impresión más extraña me daba ver cómo esos jóvenes reporterillos de magazine de sucesos de televisión pedían la opinión de los abuelos afectados tuteándolos.
ResponderEliminarEs verdad, es una impresión desagradable.
ResponderEliminarYo también voy a dejar de dar del todo. De usted y por favor.
A veces sueño que me encuentro en Sants con dos abuelitos campesinos guatemaltecos, enjutos y asustados y amabilísimos y paso de ir a trabajar para ofrecerme a acompañarles a donde quieran ir.
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