Óscar de la Hoya, primero, como cantante en un video tan
chusco y exitoso como los miles de vídeos románticos chuscos y exitosos que
corren por ahí estilo kitsch melódico de saldo adolescente (que la canción
original sea de los Bee Gees es indiferente). Galán, campeón, contemplado, famoso, deseado, creído,
mimado:
Y luego, el mismo hombre, en el final de un
boxeador de genio, fuerte, pegador, noble, valiente, de perfecta defensa;
uno de los púgiles de más brillante progresión, más reclamados y mejor pagados de la historia. Su último
combate; contra un demoledor Paquiao en sus mejores momentos. De la Hoya, el
Golden boy, el muchacho fino, el guapo del ring, el que siempre mantuvo
milagrosamente el rostro incólume para sus miles de incondicionales
admiradoras… ahora con la cara rota, deforme, agotado, caído… rendido en el
octavo asalto frente a la pujante furia del filipino. Hacia el retiro y los
recuerdos de gloria que se irán borrando de la memoria como una canción cualquiera:
Es el boxeo, es la vida. Cuando el destino nos alcance.
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