Golpeaba como si fuera un llanto,
y cada golpe me llenaba
con más incomprensión casi por todo.
Vaciaba el agua negra
de en el pecho un naufragio.
Pero había unos ojos
de un insondable amor ahí arriba
a los que nunca, nunca, podía llegar.
Eran la llama
que iba a salvar a mi ceniza.
Alzando el vuelo, deslumbré.
Pero nunca, nunca, llegué.
Mas líbranos del mal...
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