Me prometí no
hacer más comentarios sobre la miseria nacionalista que invade y tritura
Cataluña. Por higiene mental y, un poco, por promesa a una querida y fiel amiga
que, a pesar de su inteligencia, está todavía atrapada en el bucle melancólico.
Pero en estos
días de celebraciones Cervantinas el amigo Kiowa, empecinado y voraz crítico de
su tierra -Dios le guarde-, me recuerda la desidia de Barcelona para con el genio manco. Es cierto,
Cervantes hizo en el Quijote una de las más generosas y bellas descripciones de
la ciudad de Barcelona:
“(…) Archivo de
la cortesía, albergue de extranjeros, hospital de los pobres, patria de los
valientes, venganza de los ofendidos y correspondencia grata de firmes
amistades, y en sitio y en belleza, única.”
Que el novelista
más genial de todos los tiempos escribiera esto no sirve para que los políticos
de la capital catalana sean sensiblemente agradecidos y extiendan la figura del
autor por la ciudad. No, no. Al contrario. Ocultar, obviar, olvidar. Esta es la
miseria del nacionalismo, un resentido sentido de inferioridad que saca pecho
para mostrar sus idiosincráticas miserias.
Otro tanto
podríamos decir de la relación de Gerona y Pérez Galdós, inmenso escritor que
dedicó a esa ciudad uno de sus episodios nacionales. Desde luego, la mejor novela que se haya escrito jamás sobre Gerona. Algo que la desborda. Pues que yo sepa ni una
puñetera calle dedicada a don Benito; ni una estatuita.
Si los dos gigantes levantaran la cabeza verían en manos de quién habían caído esos lugares a los
que honraron con su talento: enanos mezquinos.
Por otra parte, ojalá me guarde también la química.
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