“Oh,
hombre, pobre condenado,
cuya
vida en la tierra está hecha para el fin.
En tu
ocaso habrá un terrible juicio.
¡Mísera alma!
El sol
cae, la luz se desvanece,
y el
hacha cercena de raíz.
Oh,
alma, ¿por
qué lamentas tu mortalidad?
Tiembla.
Antes
que tú estaba el hacedor
que
vertió la copa fatal.
Deberás
ver el rostro abominable del demonio
y el
eterno tormento.
Pero,
después…
Después,
más tarde, Cristo,
Cristo liberará tu alma.
Él
escuchará tu oración.”
(Canto
penitencial-V. Anónimo ruso, s. XVI)
La
moral estética de Schnittke suele ser, como ya sabemos en este blog, el
palimpsesto irónico, artefacto del que es un insuperable maestro y en el cual alcanza unas cotas
de encanto irresistibles.
No
obstante, donde siempre se batió el cobre de la verdad artística fue en las
obras corales ('serias') de carácter sacro.
Schnittke, de origen judío, converso al catolicismo, pero
influenciado hasta la herida por la tradición vocal ortodoxa, extrae de ella
todas las consecuencias posibles para un fanático de la historia musical en acumulación.
Una de
las series corales más turbadoras de toda la historia de la música es la de sus Salmos penitenciales (o de arrepentimiento); una liturgia marginal de viejos textos
anónimos rusos del s. XVI recuperados en el s. XX.
Aquí
presentamos uno de los salmos más breves; el V.
Un
sombrío despliegue semitonal silábico se va fundiendo en una declamación coral
oscura, pesante, fría, que no alcanza nunca una decisiva determinación
armónica. Una ansiedad de oración perdida, imposible.
Es un
coro de almas errantes que avanzan con la gravedad de los que se saben
condenados porque la vida y la muerte son una y la misma pena.
Podría ser la representación del Sheol bíblico, imperio de unos muertos abocados al abandono y la tristeza. Por momentos, los timbres llegan casi a perderse en una
sonoridad de grisalla flotante y luctuosa como postreros trazos de un grabado fúnebre.
Pero, sutiles, las voces femeninas van adquiriendo, poco a poco, una presencia algo más
dramática, recuperadora, más expresiva en cuanto más humana. El canto se eleva en cada doliente palabra; no obstante, la abismada conciencia no empieza verdaderamente a ver la
luz hasta la frase de los versos finales “Después, más tarde,
Cristo…”. Entonces, sí, ascienden las voces del fondo de la Tierra.
La pujanza musical que tiene lugar a partir de ese momento (minuto 2.20) es un
milagro de expresión artística imposible de hallar si no es por una
inteligencia convencida de que algo extraordinario y esencialmente puro es
posible.
La plenitud
musical de esos últimos 50 segundos de tensión contrapuntística es la aparición
de la belleza por la verdad, pues en ese instante, lo eterno que se oculta y
que no sabemos -lo invisible- es mostrado con el fulgor del relámpago en la
noche. La redención de Cristo revelada a un incrédulo:
(Como es imposible colgar el video, dejo la dirección; esta 'encriptación' lo hace más secreto y emocionante; quien no se sienta atraído por el texto, que lo deje, quien sienta la más mínima curiosidad quedará recompensado, lo juro:)
http://www.youtube.com/watch?v=8ktctVvW4i0