Translate

sábado, 26 de octubre de 2013

El fariseo y el publicano



La última lectura de este domingo (Lc 18: 9-14) nos retrata la soberbia, y más un tipo de soberbia, la soberbia religiosa, que es seguramente la peor de las soberbias y tal vez fuera el principal enemigo de Cristo.
Para ello, en una breve y aparentemente diáfana parábola, se enfrenta la clase social más respetada con la más rechazada de su tiempo; se pone en paralelo un fariseo y un publicano.

Los fariseos, los 'intérpretes' o 'separados' (en los sentidos originales del arameo perissaya y del hebreo perussim), eran esencialmente el ejemplo religioso a seguir por su celo y su pureza en el cumplimiento y el culto de la Torah, o sea, de la Ley.
Los publicanos (publicani o 'recaudadores públicos') eran los cobradores de impuestos que trabajaban para la administración romana, y eran generalmente despreciados por el pueblo.

El nervio de la parábola está en la exaltación que hace el fariseo de sí mismo con respecto a los demás para elevarse y justificarse mientras está orando. El publicano, por el contrario, medio retirado en un rincón del templo, acepta humildemente sus faltas y pide misericordia. Cristo acaba la parábola diciendo: “Todo el que se exalta será humillado y el que se humilla será exaltado”.

La posible disonancia de los versículos está en que se rebaja a un hombre que es correcto. No hay ni una falta en el fariseo… ni una falta formal. Todo lo que hace es adecuado, necesario y justo. ¿No existe, pues, algo de arbitrariedad en la sanción de Cristo? Sí, lo parece. Como en muchas parábolas, surge la paradoja.

Pero el mal del fariseo, como el de cualquiera de nosotros, está en ‘creérselo demasiado’, o creérselo siquiera un poco, y en hacerse él mismo centro de su creencia.
Cuando el comportamiento religioso se hace consciente de sí mismo corre el peligro de envanecerse y transformarse en gesto muerto, que es lo normal entre una gran parte de la gente religiosa y de la misma Iglesia. La religión exige demasiado. El Cristianismo exige demasiado. Quedarse a medias es lo normal entre creyentes. Es eso del mostrar pero no sentir y del decir pero no hacer.

Los sutilísimos equilibrios del Cristianismo a partir de sus fórmulas públicas y sus sencillos relatos evangélicos nos pueden meter en peripecias personales muy complejas. 

2 comentarios:

  1. Esto tiene que ver con el post anterior. Lo cuelgo aquí para que no pase desapercibido:

    http://www.abc.es/local-cataluna/20131027/abci-dominguez-201310262046.html

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Es un texto bello y verdadero (a pesar de esa aseveración sobre "el filósofo más lúcido del XX").
      Se agradece porque son notas necesarias.
      Gracias.

      Eliminar