La semana que viene hará cuatro años que murió Miriam, una de mis mejores
amigas.
Murió de una enfermedad lenta y dolorosa; una enfermedad
irremediable que la consumía por dentro y por fuera.
Jamás se quejó. Sólo luchó y vivió todo lo que pudo. Estuvo
siempre en su sitio, con inteligencia y coraje. Nunca perdió el buen humor.
Murió… y fraguó el ejemplo. Esos raros ejemplos que uno
quiere tener siempre presentes y ser digno de ellos en los momentos difíciles.
Pero la verdad asoma con el tiempo, definitiva: cada uno es como
es y la reciedumbre vital no se pega por quererla.
Por eso, porque cada uno es como es y está más o menos
determinado en su pequeñez, es necesario llevar consigo el recuerdo de estas
personas como un icono sagrado.
En estos casos la admiración es una fuerza moral a la que
estamos obligados.
Buf, ya cuatro años, han pasado volando y, a la vez, qué presente la tengo todavía... Qué bonito homenaje, me he emocionado.
ResponderEliminar