Plutarco, en el libro
dedicado a Arístides de sus Vidas paralelas, llamó al ostracismo “consuelo de
la envidia”.
Eso es lo que parece que
ocurrió con este estratego y político ateniense apodado El Justo.
Sobrepasar un nivel por encima de la media humana general, lo que llamaban
‘hybris’, era mal soportado por los
griegos, pues creían que podía provocar la ira de los dioses.
Y así era. Durante mucho
tiempo no se enviaron al ostracismo a los injustos, ladrones o incompetentes,
sino a los destacados en exceso, para que su fama no oscureciera en demasía a
los otros y provocara desgracias llegadas del cielo.
Pues el caso es que se cuenta
que Arístides, descrito por Herodoto en su VIII libro de historia como “el
mejor y más justo hombre de los que hubo en Atenas”, cuando la votación para
ver si se le desterraba de la ciudad, se encontró con un hombre que no sabía
escribir bien, el cual pidió al político si le hacía el favor de escribir en el
ostrakon (trozo de vasija donde marcaban el voto) el nombre de Arístides. Éste
le preguntó si ‘ése’ le había hecho algo, y el iletrado respondió: “no, ni
siquiera sé quién es, pero estoy harto de oír que le llamen siempre el Justo”.
Entonces, Arístides, sin dudarlo, escribió su propio nombre en la cerámica.
Este tipo de corrección, esta
ejemplarizante lección de humildad y de justicia aun contra uno mismo es lo que
hoy deberían aprender ciertos servidores públicos sólo interesados en proteger
sus privados culos.
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