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jueves, 4 de junio de 2015

Mad Max IV. What a lovely day!

Por culpa de las palomitas, de la masificación, de películas decepcionantes y de sus precios abusivos hace ya un tiempo que dejé las salas de cine para continuar con la afición cómodamente en casa. No es lo mismo. Está claro. No es lo mismo. Sin ser muy consciente, estaba esperando un gran espectáculo que me obligara a sentarme otra vez ante la gran pantalla. Y llegó: Mad Max: Fury Road.
Después de años indefinidos a base de comedias comerciales, películas digitales con animalitos y algún que otro drama lacrimógeno, el director George Miller ha vuelto a lo que mejor sabe hacer: su excelente trilogía ochentera Mad Max. Y la ha superado. Tetralogía, pues.
Desde Master and Comander (y ya son unos años) no he presenciado un espectáculo cinematográfico tan químicamente puro. Y digo “puro” poniendo en valor lo que de verdad aporta esta película: acción hasta un extenuante no poder más. Es la voluptuosidad de la acción. Más aún, un manierismo superlativo de la acción vista hasta ahora en la pantalla grande. Otra vuelta de tuerca… conseguida. Conseguida por el virtuosismo con que hibrida géneros y referencias cinematográficas. Pero sobre todo conseguida y meritoria por la fisicidad que transmite el espectáculo. Nada de digitalizaciones estériles. Haberlas, haylas, pero las mínimas.
La crítica profesional, rendida ante tamaño huracán de imágenes, ha querido lavar su (mala) conciencia satisfecha relacionando el film con el western clásico (cómo no), el feminismo, la ecología… (todavía no he leído ninguna que mencione el mundo wagneriano o la demasiado desdeñada Waterworld, a pesar de sus evidentes deudas). Pero, no, no. Este largometraje aquilata su valor en la pura energía en movimiento. Una descomunal road movie pos-apocalíptica con un extraordinario diseño de producción (los detalles están cuidados hasta la psicopatía) cuyo marco de desarrollo es el desierto. El desierto. Un desierto bellísimo e interminable, como la mirada de Charlize Theron (Furiosa, en la película). El desierto marca los límites, y no los hay: es la desmesura.
Para acabar, sólo menciono un detalle algo perturbado de este trabajo: así como el cristianismo se extendió cantando bellas polifonías, en esta historia el mal avanza a toda velocidad a ritmo de tamborradas (con esclavos percusionistas en marcha) y sobre todo con un siniestro guitarrista heavy metal que enardece a la tropa infernal y atruena el silencio de los parajes infinitos sobre una carroza cargada de cientos de altavoces. Gracioso hallazgo. (Bueno, también está Verdi.)

No se la pierdan. En el cine.


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