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miércoles, 10 de junio de 2015

Rosset (IV). Realidad y música (II).


En la última entrega sobre Rosset acabamos diciendo que la música era tan real como la realidad.  Más allá: de hecho, Rosset le concede un estatuto superior al de la realidad cotidiana porque es una irrupción particular de realidad en estado puro que no admite un acercamiento por la vía de la representación. No acepta dobles como las otras artes porque, simplemente, no es un doble de la realidad. Rosset le da el estatuto metafísico de “ens realissimum”; modelo de todo sin estar modelada sobre nada de lo que podamos señalar en nuestro mundo excepto la música misma.
Toda creación humana se basa en la duplicación, menos la música. Es su “exceso de ser” la razón de su poder sobre la sensibilidad de las personas. Siguiendo a Schopenhauer el filósofo francés dice que la música es como un avance de la realidad que te coloca singularmente “entre la espada y la pared” ya que con ella no hay reflejos o juegos de replicación.

El efecto de la música en el oyente es, pues, un fenómeno de realidad especialmente intenso, y la realidad es la única cosa del mundo a la cual uno no se puede habituar nunca del todo. Por eso, la vuelta a la música una y otra vez equivale a revivir una realidad inquietante (y placentera) sin peligro para nuestra integridad física. Vaya regalo divino. (Seguiremos sobre ello.)

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