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miércoles, 17 de junio de 2015

Populismo y demagogia. Recordando (otra vez) a Aristóteles.


Hace ya más de dos años que publiqué (en el blog) este post:

No vendría mal recordar lo que nos dice Aristóteles en su Política a propósito de los excesos de los poderes populares en las democracias -hoy, precisamente, que tanto pábulo demagógico interesado y sesgado se está dando, entre unas cosas y otras, a ese misterioso 'poder del pueblo'-  y sobre el peligro que representan como potenciales destructores de toda legalidad.  Ahí va la selección:

"(…) Una quinta especie (de democracia) tiene las mismas condiciones, pero traspasa la soberanía a la multitud, que reemplaza a la ley; porque entonces la decisión popular, no la ley, lo resuelve todo. Esto es debido a la influencia de los demagogos.
En efecto, en las democracias en que la ley gobierna, no hay demagogos. (…) Los demagogos sólo aparecen allí donde la ley ha perdido la soberanía. El pueblo entonces es un verdadero monarca, único, aunque compuesto por la mayoría, que reina, no individualmente, sino en cuerpo.  (…) Tan pronto como el pueblo es monarca, pretende obrar como tal, porque sacude el yugo de la ley y se hace déspota, y desde entonces los aduladores del pueblo tienen un gran partido. Esta democracia es en su género lo que la tiranía es respecto del reinado.(…) Además, el demagogo y el adulador tienen una manifiesta semejanza. Ambos tienen un crédito ilimitado; el uno cerca del tirano, el otro cerca del pueblo corrompido. Los demagogos, para sustituir la soberanía de los derechos populares a la de las leyes, someten todos los negocios al pueblo, porque su propio poder no puede menos de sacar provecho de la soberanía del pueblo de quien ellos soberanamente disponen, gracias a la confianza que saben inspirarle. Por otra parte, todos los que creen tener motivo para quejarse de los magistrados, apelan al juicio exclusivo del pueblo; éste acoge de buen grado la reclamación, y todos los poderes legales quedan destruidos. Con razón puede decirse que esto constituye una deplorable demagogia, y que no es realmente una constitución; pues sólo hay constitución allí donde existe la soberanía de las leyes. Es preciso que la ley decida los negocios generales, como el magistrado decide los negocios particulares en la forma prescrita por la constitución (…)”
Recientemente (2015), la cosa ha ido a más, como todo el mundo sabe. Pero ahora ya ni siquiera se puede hablar de demagogos. No hay talento para la demagogia (ni hay ganas; demasiado trabajo). Ahora sólo hay gritos y posturas soeces.

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