Gombrowicz, con su habitual gracia y
sarcástica ligereza, deja meridianamente claro en una de sus entrevistas con
Dominique de Roux cómo se puede sentir uno de extrema izquierda y estar por
ello necesariamente a favor del capitalismo. De paso, indirectamente abre la
reflexión sobre si a cierto izquierdismo populista actual le interesa realmente
acabar con las clases pauperizadas o más bien las necesita para mantener sus
privilegios:
“(…) ¡O, sí!, estoy con el proletariado,
o más bien estoy contra él, puesto que quiero que desaparezca de la faz de la
tierra. Sólo que… desaparece más deprisa en los países capitalistas de
Occidente. En otros sitios las masas obreras hormiguean como hormigueaban, y no
parece que puedan mejorar en un futuro próximo. Me resulta difícil adentrarme
en discusiones económicas complicadas, para las que no estoy preparado. Lo que
quiero es que se ponga fin a la vergüenza denominada proletariado. Por
consiguiente, estoy de parte del sistema que lo hace mejor. Me hallo ligado a
los comunistas por un objetivo común, sólo estoy en desacuerdo con ellos
respecto de la elección de los métodos. Por eso me defino como de extrema
izquierda. Y si llamamos comunista a aquel que desea abolir la explotación de
clase, entonces el más temible conservador puede ser considerado un comunista
si cree honestamente que una prudente política conservadora sirve mejor a ese
fin que las revoluciones ruinosas y crueles.
Esto en cuanto a demostrar la relatividad
de la noción de izquierda. (…)”
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