Despidamos el año que muere con una
música fúnebre excepcional: Surusoitto
para órgano, Op. 111b, de Sibelius. Su última composición instrumental. Es un
breve pero intenso testimonio de lo que podía haber sido, en extenso, la octava
sinfonía, obra en la que trabajaba atormentadamente, pero que acabó
destruyendo.
Esta música funeral compendia la mente
musical de su autor: armonías ásperas, elementales, que se van desarrollando y
se acaban por fundir en compactas sonoridades plenas de austera belleza
contemplativa.
Aquí, la franca marcha inicial se
difumina en un complejo cromatismo algo decadente, muy del gusto del órgano de
la época (años 30), pero en seguida aparece un profundo acorde de tónica (mi
menor) que irá apuntalando la pieza, especialmente a partir del minuto 2,38, en
que se convierte ya en una lenta sonoridad telúrica combinada con su mediante
(sol) mientras por encima empieza a sonar una sincopada melodía gregoriana. La
transfiguración es fascinante, poderosa; prístina como el aire helado de
Finlandia. Luego, hay una recapitulación con nuevas y sutiles introspecciones
cromáticas y cambios de matiz hasta acabar con una larga playa sonora de
acordes graves mi-sol-mi. Me parece una de las partituras organísticas más
sencillas, hermosas y con sentido de su tiempo. Su sonido, de principio a fin,
desprende sinceridad, necesidad. Cosa muy rara en el ornamentado y ampuloso
órgano del s. XX.
Feliz año nuevo. Con Sibelius.
Muy bien Chicho Sibelius. Feliz año.
ResponderEliminar