Basta ver las grotescas sesiones del
juicio militar (en Cuba todo era una pantomima ideológica bajo férula militar)
al general Arnaldo Ochoa y a otros desdichados funcionarios exhibidos como traidores
(“gusanos”) a la Patria y convertidos en las víctimas propiciatorias que
ayudaron a salvar la cara a los capitostes de la dictadura ante el fracaso de
las aventuras africanas y las oscuras relaciones con el narcotráfico para
comprobar la vulgaridad siniestra de la mitificada y publicitada revolución
castrista.
El discurso del tribunal, la
interpretación de los acusados, la autoparodia de los jerarcas (los hermanos
Castro)… desprende todo un amaneramiento tan enfermizo que, aislado, se diría una
astracanada teatral. Pero no. Esa era (y supongo que sigue siendo) la realidad
de Cuba. Una realidad que siguen defendiendo en España los valedores de la
dignidad del pueblo. Pues una de dos: o éstos son unos pobres necios o son más malos que la peste.
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