Si ha existido un poeta contemporáneo entregado al juego del
amor y la religión al mismo tiempo es el mejicano Ramón López Velarde.
Se dirá que hay muchos poetas de ese
tipo, los que hacen del amor una religión y de la religión un amor, y es verdad;
pero es difícil encontrar en la época reciente a uno que haya escarbado tan
retorcidamente en el equívoco entre el lenguaje religioso y el amoroso, entre
la devoción mística y la perdición carnal, entre la pureza sublime y la
vulgaridad putañesca y sacrílega… a la búsqueda permanente y ansiosa de ‘algo’
nuevo, de algo que no se hubiera dicho ya. No es búsqueda de originalidad, es
la búsqueda de una revelación… que no llega, y que no llega.
No, no encontró exactamente nada
‘nuevo’ López Velarde, claro, pero esa práctica acabó por crear en su poesía
una particular ética de la rareza, un sistema de hipersensibilidades
exasperadas; virtuales sinestesias del descontento que avanzan a la búsqueda de
lujurias inasibles en exquisitas pantomimas de escenarios íntimos. (Si leen su
poesía, se darán cuenta de que este tremendo último párrafo no es exhibición,
sino que es de una exactitud casi matemática.)
Y está, claro, la muerte, promesa
recreada, la amante que no falla, la lujuria última.
Y también hay un marco espacial ruraloide y cerrado, exagerado sin duda y por ello perfecto para conseguir
transmitir el sofoco de un alma y un cuerpo que apenas se pueden contener ante
el acoso del poderoso almizcle de la tierra mojada, los inciensos, las alcobas,
las camas, los cirios, los sexos femeninos, los altares y los cementerios
aldeanos.
Aquí no hay un don de la ebriedad,
como diría el otro, sino más bien la condena a una ebriedad sin bridas,
maldita, enfermiza, dependiente, también sarcástica, en la que no cabría más
descanso que el Fin.
Bueno, bien se ve que esta
descripción es ya un contagio de su poesía. Una intoxicación. Ningún lector fiel de su obra puede quedar inmune. Que te intoxique una poesía (¡que,
como ésta, en principio no te gusta por aparentemente prosaica, provinciana,
fracasada y arrítmica!) es señal, cuando menos, de vigor creativo, de carácter,
de empeño y, generalmente, de talento.
“(…) A la hora de comer, en la penumbra
me iba embelesando un quebradizo
sonar intermitente de vajilla
(Luto, pupilas verdes y mejillas
rubicundas) un cesto policromo
en el ébano de un armario añoso. (…)”
*A la gracia primitiva de las aldeanas:
“(…) Buenas mozas: no abrigo más empeños
que oír vuestras canciones vespertinas
llegando a confundirme en las esquinas
entre el grupo de novios lugareños.
Mi hambre de amores y mi sed de ensueño
que se satisfagan en el ignorado
grupo de doncellas de un lugar pequeño. (…)”
“(…) Yo te convido, dulce amada,
a que te cases con mi pena
entre los vasos de cebada
de la última noche de novena.”
“(…) Toda tú te deshaces sobre mí como una
escarcha, y el traslúcido meteoro prolóngase
fuera de tiempo; y suenan tus palabras remotas
dentro de mí, con esa intensidad quimérica
de un reloj descompuesto que da horas y horas
en una cámara destartalada. (…)”
“(…) Y así te imploro, Fuensanta, que en mi corazón camines
para que tus pies aromen la pecaminosa entraña,
cuyos senderos polvosos y desolados jardines
te han de devolver en rosas la más estéril cizaña.”
“(…) Tanto se contagió mi vida toda
del grave encanto de tus ojos místicos,
que en vano espero para nuestra boda
alguna de las horas de pureza
en que se confortó mi gran tristeza
con los primeros panes eucarísticos.”
con el buen precepto de oír misa entera
los domingos; y a estas misas cenitales
concurres tú, agudo perfil; cabellera
tormentosa, nuca morena, ojos fijos;
boca flexible, ávida de lo concienzudo,
hecha para dar los besos prolijos
y articular la sílaba lenta
de un minucioso idilio, y también
para persuadir a un agonizante
(…) y tampoco sabes que eres un peligro
armonioso para mi filosofía
petulante… Como los dedos rosados
de un párvulo para la torre baldía
“(…) Mas contemplo en tu rostro
la redecilla de medrosas venas,
de pasión, y camino en tu presencia
como en campo de trigo en que latiese
una misantropía de violetas. (…)
Yo desdoblé mi facultad de amor
y suave suspirar de monaguillo;
el apetito indivisible, y cruzas
incendiando mi pingüe sementera.”
“(…) Mis besos te recorren en devotas hileras
encima de un sacrílego manto de calaveras,
como sobre una erótica ficha de dominó (…)”
“(…) Y soy el suspirante Cristianismo
al hojear las Bienaventuranzas
de la virgen que fue mi catecismo.
(…) La redondez de la Creación atrueno
cortejando a las hembras y a las cosas
con el clamor pagano y nazareno. (…)”