Lluvia y más
lluvia. Lenta, cadenciosa, interminable…
Vamos a hacer
los honores y acompañarla con música apropiada. La adaptación para dos pianos
de un Vivaldi muy poco conocido. El aria para contralto Sento in seno ch’in pioggia di lacrime… de la ópera Il Giustino (previamente perteneciente a
la desaparecida Tieteberga).
Es una sencilla
pero muy hermosa aria con un pizzicato ostinato que acompaña a la doliente
melodía, originalmente en un mi bemol menor, que en la parte central (aquí minuto
2,15) pasa a su relativo sol bemol mayor en un suave efecto de renacimiento
anímico. La transcripción, elegante y eficaz, y la efectista interpretación son
del dúo pianístico Anderson and Roe.
Sí, anomalías. Si
observamos la composición del parlamento catalán tomando como referencia la
lengua de sus componentes hay algo que salta a la vista porque no se
corresponde en absoluto con la realidad de su sociedad: mientras que la lengua
materna mayoritaria de los ciudadanos es el castellano con un mínimo de un 55 %
(por contraste de los datos más fiables) y la catalana materna engloba alrededor
del 32 % (el resto son otras), sólo el 7 % de los parlamentarios reconoce el
castellano como identidad lingüística.
Esto,
curiosamente, fue un justificante para la llamada “normalización” lingüística
mediante una inmersión aplicada hasta extremos ridículos especialmente en la
educación primaria pública. El resultado es que la mayoría de los alumnos que
entran en los institutos dependientes de la administración no saben bien ni el
catalán (la inmersión es un fracaso patente en general, pero muy especialmente
en los colegios donde domina la inmigración, sea nacional o extranjera) ni
tampoco el castellano a niveles académicos solventes.
Naturalmente,
esta política de “normalización” destilaba una imposición ideológica patriótica
a la que no le importaba nada dejar de lado una instrucción de calidad… pero
sólo para los pobres. Como se sabe, casi ningún dirigente nacionalista ha
llevado o lleva a sus hijos a escuelas o institutos públicos, sino que aquéllos
han preferido siempre escuelas e institutos trilingües o multilingües pagando
mensualidades muy elevadas. Defienden la inmersión, sí… para los demás, para
los que no pueden escoger porque no tienen dinero. Es evidente que hay un
desprecio de clase en todo esto. Recordemos que el pater Pujol (una vez más) llamó “ejército de ocupación” a los
inmigrantes (y yendo más lejos no olvidemos que ERC quiso imponer
repatriaciones forzosas de trabajadores “murcianos” durante la II República
porque los consideraba un ataque contra Cataluña). Por eso era preciso
adoctrinarlos bien. Y por eso, aprovechando las debilidades de una democracia
desigual y descabalada, crearon estas políticas educativas en las que la
relegación a idioma extranjero de la lengua mayoritaria de los ciudadanos y
común del Estado en las escuelas de primaria va pareja a un discurso y unas
estrategias -en sordina pero como gota china- de desafección y extrañamiento
con el resto de España.
En fin, esto
hunde sus raíces en buena medida en ese franquismo que aún protegía y favorecía
económicamente a la oligarquía catalana (y podríamos remontarlo a la política
arancelaria del s. XIX, naturalmente) y que entregó al Principado una clase
trabajadora rendida y casi sin derechos con conciencia de inmigrante y de
ciudadano de segunda. La cosa cambió para seguir igual con la nueva etapa política.
Las clases inmigrantes, de dentro y de fuera, nunca han reclamado nada a la
casta nacionalista dueña del país. Las salidas eran o dorarles la píldora
(últimamente, algunos ‘advenedizos’ de clase o de procedencia se han sumado a
la política de maximalismo identitario como esquizofrenia participativa) o una
inadaptación traducida en desmovilización política total. Por eso, el juego
electoral se ha reducido prácticamente sólo a los de “casa”. Y lo peor es que
en ese juego tramposo y endogámico entró una izquierda falsificada, temerosa y
entreguista.
En 1836, M de
Gasparin, ministro del Interior de Francia, decidió, contra todo pronóstico, encargar una misa de grandes dimensiones y honrar a su país de nuevo con la
gran música religiosa. El bueno de Gasparin iba a abandonar el ministerio y pensó en dejar
memoria de su paso por él con una obra de ese tipo. Muy a contracorriente eligió
al compositor Hector Berlioz.
Berlioz no se
enteró por vía oficial de que él era el destinatario del encargo. La burocracia
francesa funcionaba lenta. Parece ser que el ministro de Bellas Artes se opuso
al proyecto. Gasparin, ya fuera del ministerio, conminó urgentemente al ministro
de BBAA a que ejecutara su decisión. El de BBAA lo hizo, no sin dejar su sello de
chupatintas en una entrevista con el romántico francés en la que pretendió dar
una clase de música en la cual sólo salvaba a Rossini y a un Beethoven que parecía
“un músico que no dejaba de tener talento”. Según el propio Berlioz (tal como
cuenta en sus memorias) ese tipo era un perfecto representante de… “las
opiniones musicales de toda la burocracia francesa de la época”. La cultura
oficial francesa estaba dominada,en
opinión del genio francés, por ese tipo de individuo pomposo, cínico e
ignorante.
Sea como fuere,
Berlioz se puso a trabajar… y la obra resultante, finalmente un Requiem, es una de las composiciones
religiosas más extraordinarias de la historia de la música.
Se estipuló que
fuera ejecutada todos los años el día del servicio fúnebre en memoria de las
víctimas de la revolución de 1830, aunque finalmente fue estrenada para honrar
al prestigioso general Damrémont, muerto en diciembre de 1837 en Argelia.
Naturalmente, la
composición trasciendió cualquier referencia fúnebre o triunfal y se convirtió en uno de los
momentos románticos más descomunales que puedan imaginarse. Uno escucha la obra
una y otra vez… y no se lo cree. No, no se lo puede creer.
La desmesura
material va de la mano con la originalidad temática en un equilibrio
simplemente milagroso.El texto latino
canónico de la misa de muertos queda fijado en nuestra memoria como nunca por
la arrebatada intensidad de unas ideas musicales que combinan inusitadas acciones
orquestales y corales con desarrollos melódicos y tonales no imaginados antes
por nadie en una obra de este tipo. Esa “angustia interminable”, ese “estremecimiento de
dolor físico” que cuenta Berlioz en sus extravagantes memorias son transmitidos paso a paso a los sonidos ya desbordantes ya íntimos de esta obra sin igual.
La fanfarria
militar más grandilocuente a base de grupos orquestales enfrentados se yuxtapone al canto modal antiguo más doliente, al íntimo rumor conventual y a la expansión lírica vocal propia de su época. Frente a la franca y salvaje liberación de los afectos patéticos hasta la desgarradura (el
Lacrimosa) se yergue la más profunda
emotividad contenida (el Offertorium).
Ciertamente, sólo este Offertorium
sería suficiente para colocar a su autor entre los más grandes compositores del
s. XIX. Esa tendencia a mantenernos en suspenso armónico con un simple juego
coral de la-si bemol-la de reminiscencias modales combinada con la expresividad
en crescendo de una maravillosa orquestación que ornamenta y tensa la tríada
hasta la conmoción sonora más alucinante no tiene igual en todo el s. XIX.
Berlioz,
enloquecido romántico poseído por melodías enfebrecidas, no supo tocar
medianamente bien ningún instrumento. En el siglo del piano no compuso nada
para piano. Sus arrebatadas ideas sobre la existencia y la creación artística
las llevó a la música de una forma absolutamente única. A veces fracasaba y
rozaba el tedio o el ridículo. Pero cuando acertaba todos volvían el rostro hacia
él espantados y admirados porque surgían obras como este Requiem. Yo, que tanto amo la polifonía antigua y el clasicismo,
creo que esta misa es la más sobrecogedora que jamás se ha compuesto. ¡Hay que
joderse… por un romántico!!! Volveremos a ella con más detenimiento.
“Donde se
reconozca una jerarquía de valores objetivos el capricho no es peligroso.
Cualquier cosa puede lícitamente fascinarnos si no alteramos su rango.
Cuando suponemos
en cambio que la preferencia regula el valor, el más ligero desatino desata
catástrofes. Las tonterías son temibles cuando se proclaman actos de la razón.”
Ese hiperbólico “el
más ligero desatino desata catástrofes” es buenísimo.
Ayer, en Dublín,
el argentino Jorge Sebastián Heiland retuvo el cinturón de campeón
internacional medio del CMB al derrotar al inglés Matthew Macklin en el décimo
asalto por nocaut técnico.
Heiland no
partía como favorito, pero mostró una superioridad de forma que le hizo
crecerse poco a poco ante su adversario hasta que remató con una derecha
canónica y definitiva en el mentón del célebre barbudo isleño.
Por otra parte,
en Hamburgo, el ucraniano Wladimir Klitschko, campeón imbatible de los pesos
pesados en las versiones FIB, OMB y AMB, también mandó a la lona en el quinto
episodio al búlgaro Kubrat Pulev.
No fue un mal enfrentamiento
pues el búlgaro atacó con valentía y esfuerzo, pero las desmesuradas altura y
envergadura de Klitschko hacen de sus combates, hoy por hoy, un espectáculo boxístico
un poco enrarecido y no demasiado grato: