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lunes, 24 de noviembre de 2014

Animalario nacionalista (VII). Anomalías.


Sí, anomalías. Si observamos la composición del parlamento catalán tomando como referencia la lengua de sus componentes hay algo que salta a la vista porque no se corresponde en absoluto con la realidad de su sociedad: mientras que la lengua materna mayoritaria de los ciudadanos es el castellano con un mínimo de un 55 % (por contraste de los datos más fiables) y la catalana materna engloba alrededor del 32 % (el resto son otras), sólo el 7 % de los parlamentarios reconoce el castellano como identidad lingüística.
Esto, curiosamente, fue un justificante para la llamada “normalización” lingüística mediante una inmersión aplicada hasta extremos ridículos especialmente en la educación primaria pública. El resultado es que la mayoría de los alumnos que entran en los institutos dependientes de la administración no saben bien ni el catalán (la inmersión es un fracaso patente en general, pero muy especialmente en los colegios donde domina la inmigración, sea nacional o extranjera) ni tampoco el castellano a niveles académicos solventes.
Naturalmente, esta política de “normalización” destilaba una imposición ideológica patriótica a la que no le importaba nada dejar de lado una instrucción de calidad… pero sólo para los pobres. Como se sabe, casi ningún dirigente nacionalista ha llevado o lleva a sus hijos a escuelas o institutos públicos, sino que aquéllos han preferido siempre escuelas e institutos trilingües o multilingües pagando mensualidades muy elevadas. Defienden la inmersión, sí… para los demás, para los que no pueden escoger porque no tienen dinero. Es evidente que hay un desprecio de clase en todo esto. Recordemos que el pater Pujol (una vez más) llamó “ejército de ocupación” a los inmigrantes (y yendo más lejos no olvidemos que ERC quiso imponer repatriaciones forzosas de trabajadores “murcianos” durante la II República porque los consideraba un ataque contra Cataluña). Por eso era preciso adoctrinarlos bien. Y por eso, aprovechando las debilidades de una democracia desigual y descabalada, crearon estas políticas educativas en las que la relegación a idioma extranjero de la lengua mayoritaria de los ciudadanos y común del Estado en las escuelas de primaria va pareja a un discurso y unas estrategias -en sordina pero como gota china- de desafección y extrañamiento con el resto de España.

En fin, esto hunde sus raíces en buena medida en ese franquismo que aún protegía y favorecía económicamente a la oligarquía catalana (y podríamos remontarlo a la política arancelaria del s. XIX, naturalmente) y que entregó al Principado una clase trabajadora rendida y casi sin derechos con conciencia de inmigrante y de ciudadano de segunda. La cosa cambió para seguir igual con la nueva etapa política. Las clases inmigrantes, de dentro y de fuera, nunca han reclamado nada a la casta nacionalista dueña del país. Las salidas eran o dorarles la píldora (últimamente, algunos ‘advenedizos’ de clase o de procedencia se han sumado a la política de maximalismo identitario como esquizofrenia participativa) o una inadaptación traducida en desmovilización política total. Por eso, el juego electoral se ha reducido prácticamente sólo a los de “casa”. Y lo peor es que en ese juego tramposo y endogámico entró una izquierda falsificada, temerosa y entreguista.

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