Sí, anomalías. Si
observamos la composición del parlamento catalán tomando como referencia la
lengua de sus componentes hay algo que salta a la vista porque no se
corresponde en absoluto con la realidad de su sociedad: mientras que la lengua
materna mayoritaria de los ciudadanos es el castellano con un mínimo de un 55 %
(por contraste de los datos más fiables) y la catalana materna engloba alrededor
del 32 % (el resto son otras), sólo el 7 % de los parlamentarios reconoce el
castellano como identidad lingüística.
Esto,
curiosamente, fue un justificante para la llamada “normalización” lingüística
mediante una inmersión aplicada hasta extremos ridículos especialmente en la
educación primaria pública. El resultado es que la mayoría de los alumnos que
entran en los institutos dependientes de la administración no saben bien ni el
catalán (la inmersión es un fracaso patente en general, pero muy especialmente
en los colegios donde domina la inmigración, sea nacional o extranjera) ni
tampoco el castellano a niveles académicos solventes.
Naturalmente,
esta política de “normalización” destilaba una imposición ideológica patriótica
a la que no le importaba nada dejar de lado una instrucción de calidad… pero
sólo para los pobres. Como se sabe, casi ningún dirigente nacionalista ha
llevado o lleva a sus hijos a escuelas o institutos públicos, sino que aquéllos
han preferido siempre escuelas e institutos trilingües o multilingües pagando
mensualidades muy elevadas. Defienden la inmersión, sí… para los demás, para
los que no pueden escoger porque no tienen dinero. Es evidente que hay un
desprecio de clase en todo esto. Recordemos que el pater Pujol (una vez más) llamó “ejército de ocupación” a los
inmigrantes (y yendo más lejos no olvidemos que ERC quiso imponer
repatriaciones forzosas de trabajadores “murcianos” durante la II República
porque los consideraba un ataque contra Cataluña). Por eso era preciso
adoctrinarlos bien. Y por eso, aprovechando las debilidades de una democracia
desigual y descabalada, crearon estas políticas educativas en las que la
relegación a idioma extranjero de la lengua mayoritaria de los ciudadanos y
común del Estado en las escuelas de primaria va pareja a un discurso y unas
estrategias -en sordina pero como gota china- de desafección y extrañamiento
con el resto de España.
En fin, esto
hunde sus raíces en buena medida en ese franquismo que aún protegía y favorecía
económicamente a la oligarquía catalana (y podríamos remontarlo a la política
arancelaria del s. XIX, naturalmente) y que entregó al Principado una clase
trabajadora rendida y casi sin derechos con conciencia de inmigrante y de
ciudadano de segunda. La cosa cambió para seguir igual con la nueva etapa política.
Las clases inmigrantes, de dentro y de fuera, nunca han reclamado nada a la
casta nacionalista dueña del país. Las salidas eran o dorarles la píldora
(últimamente, algunos ‘advenedizos’ de clase o de procedencia se han sumado a
la política de maximalismo identitario como esquizofrenia participativa) o una
inadaptación traducida en desmovilización política total. Por eso, el juego
electoral se ha reducido prácticamente sólo a los de “casa”. Y lo peor es que
en ese juego tramposo y endogámico entró una izquierda falsificada, temerosa y
entreguista.
Ahí le has dao.
ResponderEliminarDigo!
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