Así han empezado
a lo largo de la historia tantas y tantas desgracias colectivas. La cosa es que
en Cataluña se ha ido creando año tras año un referente ideológico -que estalla
ahora con toda su peligrosa antipolítica, y hay que recalcar el término: antipolítica;
o sea, el ataque a la polis o conjunto de ciudadanos con capacidad de discusión
y participación- vinculado originalmente al capricho personal de una oligarquía
que ha sabido inocularlo a parte de una población bien dispuesta. Se identifica
con instintos elementales como el de la autoridad absoluta del sentir
individual catalizada por un colectivismo tan artificioso como grosero o con la
ficción de una prístina integridad herida por el enemigo ‘exterior’… Fantasmagorías
románticas y psicológicas pero con mucho poder de persuasión. Ninguno de estos
presupuestos entra en liza dialéctica dentro del marco político realmente existente.
No puede, y la prueba está en que las pocas veces que lo ha hecho ha quedado en
ridícula evidencia. Es el tipo de narración que sólo puede vivir alimentándose
de su propio reflejo y en contraposición con otras imágenes (esto es algo
complejo y lo veremos en otros posts), pero no enfrentando criterios y
exponiéndose abierta y limpiamente. En lenguaje fenomenológico sería una
monotética, o sea una percepción simple, que no obstante quiere hacer ver que
es compleja y que participa en el poliédrico debate político. Su apelación al
diálogo es mera retórica (malintencionada), pues sabe que no puede resistir la
dialéctica ya que ésta va contra su misma naturaleza.
Todo marco
legal, o sea, político y, en este caso, democrático (la Constitución y el estado
de derecho actual), queda suspendido en la general revocación de la realidad
por una voluntad propulsada por la ilusión de poder; ilusión que cuando se
dispara nadie sabe, ni los mismos depositarios, dónde puede ir a parar. Su
mensaje: ‘vamos a hacer lo que nos de la gana y convertiremos este sentir en nuestra
institución actuante si se mantiene el calor grupal’ (apoyado esto, claro, por
una educación pervertida -destruida- con paciencia y medida [volveremos a ello],
y unos medios de comunicación exclusivamente propagandísticos), es aparentemente
liberador en una perspectiva de masas aun siendo todo lo contrario; cualquiera
lo ve echando la vista atrás menos de un siglo a la historia de Europa. Pero
aún funciona. Es, efectivamente, como una fiesta. Las oligarquías nacionalistas
(¿hace falta decir corruptas aunque no hubieran desviado un euro, que no es el
caso?) han hecho del “tú puedes” un lema íntimo que ha calado profundo en unas masas
sin el más mínimo conocimiento político, las cuales después de décadas de (des)instrucción
dirigida están preparadas para acatar la voz (hecha suya) del nuevo amo, al cual
pueden ver incluso como transgresor en una sociedad (para esas masas ya
despreciable) de pacto, orden y legalidad que, encima, para acabar de
complicarlo un poco más, está cargada de casos de corrupción… “¡Oh, ese externo
prosaicismo ofensivo de nuestra lírica y simpática pureza!!... ¿Ah, que estamos
hundidos en la corrupción nosotros aún más?; bueno, pero es… ¡la nuestra!” Ahí
está la “moral del pet”, calificación
que hizo Josep Pla de todo nacionalismo.
El nacionalismo mecaniza
entonces un súper poder permisivo que
subyuga a sus seguidores porque, sobre todo, los
desvincula de
cualquier esfuerzo ético… Se puede llegar a una ausencia total de
responsabilidad en la que el vivir político diario se convierta por mor de la
ilusión en un ilimitado periodo vacacional y en una cuarentena de minoría de
edad donde se acumularán irresponsabilidades, ilegalidades y actuaciones
criminales sin consecuencias inmediatas de ningún tipo. Es la vocación por una
farsa de exaltación colectiva y tribal de sesgo mafioso. Pero estos tipos de
farsa se van llenando de componentes que pueden convertirla en tragedia.
Añoro a Ismael (¡e incluso a los peshmergas de Fedallah!)
ResponderEliminar¡Y yo!! Pero realidad obliga.
ResponderEliminarJoder, ¡avante toda! Ahora me pongo con el II.
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