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martes, 4 de noviembre de 2014

Animalario nacionalista (I)


Así han empezado a lo largo de la historia tantas y tantas desgracias colectivas. La cosa es que en Cataluña se ha ido creando año tras año un referente ideológico -que estalla ahora con toda su peligrosa antipolítica, y hay que recalcar el término: antipolítica; o sea, el ataque a la polis o conjunto de ciudadanos con capacidad de discusión y participación- vinculado originalmente al capricho personal de una oligarquía que ha sabido inocularlo a parte de una población bien dispuesta. Se identifica con instintos elementales como el de la autoridad absoluta del sentir individual catalizada por un colectivismo tan artificioso como grosero o con la ficción de una prístina integridad herida por el enemigo ‘exterior’… Fantasmagorías románticas y psicológicas pero con mucho poder de persuasión. Ninguno de estos presupuestos entra en liza dialéctica dentro del marco político realmente existente. No puede, y la prueba está en que las pocas veces que lo ha hecho ha quedado en ridícula evidencia. Es el tipo de narración que sólo puede vivir alimentándose de su propio reflejo y en contraposición con otras imágenes (esto es algo complejo y lo veremos en otros posts), pero no enfrentando criterios y exponiéndose abierta y limpiamente. En lenguaje fenomenológico sería una monotética, o sea una percepción simple, que no obstante quiere hacer ver que es compleja y que participa en el poliédrico debate político. Su apelación al diálogo es mera retórica (malintencionada), pues sabe que no puede resistir la dialéctica ya que ésta va contra su misma naturaleza.
Todo marco legal, o sea, político y, en este caso, democrático (la Constitución y el estado de derecho actual), queda suspendido en la general revocación de la realidad por una voluntad propulsada por la ilusión de poder; ilusión que cuando se dispara nadie sabe, ni los mismos depositarios, dónde puede ir a parar. Su mensaje: ‘vamos a hacer lo que nos de la gana y convertiremos este sentir en nuestra institución actuante si se mantiene el calor grupal’ (apoyado esto, claro, por una educación pervertida -destruida- con paciencia y medida [volveremos a ello], y unos medios de comunicación exclusivamente propagandísticos), es aparentemente liberador en una perspectiva de masas aun siendo todo lo contrario; cualquiera lo ve echando la vista atrás menos de un siglo a la historia de Europa. Pero aún funciona. Es, efectivamente, como una fiesta. Las oligarquías nacionalistas (¿hace falta decir corruptas aunque no hubieran desviado un euro, que no es el caso?) han hecho del “tú puedes” un lema íntimo que ha calado profundo en unas masas sin el más mínimo conocimiento político, las cuales después de décadas de (des)instrucción dirigida están preparadas para acatar la voz (hecha suya) del nuevo amo, al cual pueden ver incluso como transgresor en una sociedad (para esas masas ya despreciable) de pacto, orden y legalidad que, encima, para acabar de complicarlo un poco más, está cargada de casos de corrupción… “¡Oh, ese externo prosaicismo ofensivo de nuestra lírica y simpática pureza!!... ¿Ah, que estamos hundidos en la corrupción nosotros aún más?; bueno, pero es… ¡la nuestra!” Ahí está la “moral del pet”, calificación que hizo Josep Pla de todo nacionalismo.
El nacionalismo mecaniza entonces un súper poder permisivo  que subyuga a sus seguidores porque, sobre todo, los

desvincula de cualquier esfuerzo ético… Se puede llegar a una ausencia total de responsabilidad en la que el vivir político diario se convierta por mor de la ilusión en un ilimitado periodo vacacional y en una cuarentena de minoría de edad donde se acumularán irresponsabilidades, ilegalidades y actuaciones criminales sin consecuencias inmediatas de ningún tipo. Es la vocación por una farsa de exaltación colectiva y tribal de sesgo mafioso. Pero estos tipos de farsa se van llenando de componentes que pueden convertirla en tragedia.

3 comentarios:

  1. Añoro a Ismael (¡e incluso a los peshmergas de Fedallah!)

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  2. ¡Y yo!! Pero realidad obliga.

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  3. Joder, ¡avante toda! Ahora me pongo con el II.

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