Una de las
virtudes de Stanley Kubrick fue asociar imágenes poderosas a una música clásica
de primerísima calidad (o viceversa) y de paso convertir esa música en un superpopular
hit. Así, un duelo a pistola en un
granero con una zarabanda de Haendel; las peripecias de unos brutales gamberros
con una obertura de Rossini o con la novena de Beethoven; el movimiento de unas
naves espaciales con el vals vienés más célebre del mundo; la salida del sol
tras un monolito con la introducción del poema sinfónico asociado a Nietzsche,
etc. Todo eso es soberbio. Sin embargo, en su última película, Eyes wide shut (en su mejor traducción: Ojos cerrados como platos) el cineasta
fue a rebuscar un híbrido moderno entre clásico, jazzístico y baile de salón.
Encontró a Schostakovich y una de sus músicas más irónicas y aparentemente
ligeras (Schostakovich nunca era ligero): el vals-2 de su Suite de jazz para
orquesta variada. ¿Y de dónde sacó el músico soviético la melodía? Pues, como
es más que evidente, de la canción popular española “Yo te daré, te daré niña
hermosa…”, cantada y tocada desde el siglo XIX por bandas, charangas, tunos y
otra gente de mal vivir y llevada a la URSS por niños y jóvenes exiliados. El
compositor recoge, copia y convierte en oro ese deje decadente, pueblerino y un
tanto morboso de la canción.
Ahhh, ¿y con qué
imágenes asocia Kubrick este vals?... Pues con el fugaz instante -primera
imagen de la película- en que una Nicole Kidman en su mejor momento deja caer
desmayadamente el vestido para descubrirnos su desnudez trasera sin quitarse
los zapatos de tacón. El culo de la Kidman como una Venus calipigia. Una visión
ideal.
Desde el largometraje, ese culo, el jazz-vals de Shostakovich y la canción “Yo te daré…”
han quedado indisolublemente fundidos en la memoria de miles y miles de
cinéfilos y melómanos.