En uno de los
discursos dados en Barcelona posteriores a la dimisión de Miguel Primo de
Rivera (enero de 1930), Manuel Azaña, convencional pero listo, adornado y un
poco retoriquero, hábil adulador de la audiencia del momento aunque ya eficaz
decantador de mensajes rotundos tiene paréntesis de elevada inspiración en los
que, a la vez que exagera a conciencia la crítica sobre la dictablanda de Primo
(un tiempo de inesperada eficacia política y económica), se permite colar unas
lecciones de civismo republicano a los nacionalistas… especialmente en este
fragmento:
“Yo no soy
patriota. Este vocablo que hace más de un siglo significaba revolución y
libertad ha venido a corromperse, y hoy manoseado por la peor gente incluye la
acepción más relajada de los intereses públicos y expresa la intransigencia, la
intolerancia y la cerrazón mental. Mas
si no soy patriota sí soy español por los cuatro costados aunque no sea
españolista. De ahí que me considere miembro de una sociedad ni mejor ni peor en
esencia que las demás europeas de rango equivalente. Y es cuanto español que me
anima el espíritu propio de un liberal que hallándose predeterminado en gran
parte por inclinaciones heredadas, las corrige, las encauza hasta donde le
permite el desinterés de la inteligencia.”
La penúltima
frase deberían considerarla los fúnebres y pesimistas políticos y ‘opinadores’
de ahora. Pero la última frase es sensacional. Impensable en un político actual.
Esa corrección de lo heredado por el “desinterés de la inteligencia”. Una
inteligencia que sabe separar el grano de la paja política.
No sé si en
aquel momento entenderían todos los presentes. Luego, el nacionalismo no perdió
la oportunidad de traicionar al Gobierno republicano.
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