Translate

miércoles, 25 de marzo de 2015

Rosset (I)


Pensemos en lo peor. Cuando las tragedias colectivas le tocan a uno un poco, poquito, más de cerca de lo normal no puede dejar de pensarse en la esencial idiotez de la existencia -de la realidad, de lo real- con su azar ciego y su incomprensible imprevisibilidad.
Los apaños clínicos psicológicos, lenitivos superficiales para conciencias necesitadas de drogas ansiolíticas y de condolencias, funcionan precisamente porque no van a la raíz de la cuestión, ni deben ir si quieren hacer eficazmente su trabajo.
Quiero decir que se necesita una distancia o un tiempo -que se podría considerar de curación del dolor inmediato y real- para poder entrar y asumir los presupuestos de cierta filosofía (llamémosla así con prudencia) existencial contemporánea. Por un lado estaría la amargura ornamentada, desasida e irónica de un Ciorán (del cual hablamos aquí en Cioran, el frívolo.) y por otro el seco sentido de realidad de un Clément Rosset, cuyo núcleo ‘filosófico’ se podría ultraresumir en la siguiente frase:

“Lo real, que es impensable e indeseable, únicamente a través de la alegría pude ser deseable y pensable.” 

Ecos de Lucrecio, Spinoza, Nietzsche… Esto, claro, es un escándalo. Y es un escándalo porque dice que “únicamente” es pensable lo real (indeseable) si hay alegría. La vida vivida, vivida de verdad, sería pues la afirmación de una tragedia ya sabida. ¿Y cuál es la condición de esa alegría? Ahí está la madre del cordero… Porque la condición es su incondicionalidad, por eso es necesariamente paradójica. Si no es paradójica es inequívocamente débil, y es falsa, algo así como una variación disimulada de la tristeza. Esa es su potencia. La irracionalidad. Y, naturalmente, no excluye el dolor más intenso, pero sí supera el daño psicológico.

Es otro caso no de ‘locura’, sino de extraña y cruel ‘lucidez’.

No hay comentarios:

Publicar un comentario