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jueves, 26 de marzo de 2015

Una bagatela; casi nada.

Bagatelas, las llamó. Como naderías. Humilde genio. Esta séptima de la serie Op .33, por ejemplo, muestra lo que es capaz de hacer un creador cuando juega con una forma sonora menor. Pura diversión gamberra. Pero es Beethoven. Y sus juegos se transformaban en dramas emocionales. No sé si fue Kundera quien dijo que el genio de Bonn era un levantador de pesos metafísicos. No es desmesurado.
Aquí, en el supuesto jueguecito, nos vemos montados de pronto en una vorágine de fuerza motriz, con sus percutivos bajos de tercera en la mano izquierda y el dibujo sincopado apenas gracioso de la ‘melodía’ en un la bemol mayor, tonalidad generalmente considerada serena. Sí, sí, serena… Austero y combativo como él solo. ¿Estamos en el clasicismo? Ya lo creo; pero su habitual clara y simétrica monumentalidad se convierte en convulsión. Ese es Beethoven. La bella y la bestia a la vez. En la segunda frase nos deja sentados de gozo haciendo pedal con la tónica y dominante en los graves. ¡Qué efecto esas dos notas resonando, primero una luego otra, mientras fluctúa piano el ‘cantabile’ en un ¾ que suena a compas binario y se acerca más bien a una chocante marcha militar! ¡Buf! Y, finalmente, intercambiando acordes golpeados (cada vez más densos, que pasan a los agudos) y ‘melodía’, que se desplaza a los graves sin que tenga mucho sentido musical más allá del juego caprichoso. Un juego también virtuoso, pero no especialmente ligero, sino más bien fuerte, orgulloso, oscuro… casi cabreado… ¡voraz! Beethoven era voraz. Bueno, hay mucho más. Es Beethoven. Bagatelitas… casi nada:


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