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sábado, 24 de octubre de 2015

A Maureen O'Hara

Mi memorioso amigo Pack (o Kiowa, o Wilbpack) resucita este post que publiqué hace tiempo sobre Ford y Gombrowicz para recordar a la bellísima pelirroja ahora fallecida:

Es sorprendente la sinestesia que se puede producir repentinamente entre obras que nada tienen que ver unas con otras.
Memoria sensible, retención de una forma, despertar de recuerdos ocultos, interpretación personal modelada por el gusto, el capricho y el error, asociaciones subconscientes… y como resultado la rima de dos piezas creativas -apenas de dos fragmentos- de universos diferentes que quizás nadie en el mundo habría hecho nunca (pues si bien en el mundo hay muchísimos idiotas como yo e incluso de mucho mayor calibre, cada uno es idiota a su manera).

En este caso se trata de unas frases de la novela La seducción de Witold Gombrowicz (Pornografía, en su título original) y de una escena de la película El hombre tranquilo, de Ford.
El texto me llevó automáticamente a la escena de la película. Es un encuentro semi casual entre varios personajes de la novela durante un paseo que, de pronto, se enrarece inopinadamente:

“(…) Sin embargo, la general perplejidad prolongó el silencio por unos segundos… y aquello bastó para que la desesperación sofocante, la pena y todas las nostalgias del destino y la predestinación, se agolparan sobre ellos como en una pesada y errabunda pesadilla.” 

Y el fragmento de la película es éste:


Ese amor incontenible de Maureen O’Hara y John Wayne que florece silvestre entre ruinas góticas bajo una tormenta estival se carga espontáneamente de esa… “pena y todas las nostalgias del destino y la predestinación”, como escribe Gombrowicz, con las miradas suspendidas y tristes de los hermosos protagonistas del largometraje, como si en ese mismo momento de felicidad sobreviniera bestial la intuición maldita de la futura rutina, el tiempo y la muerte. Así captó Ford, con altísima acuidad,  la diamantina preciosidad fugaz del instante. Y de esa manera, sin saberlo, lo describió Gombrowicz para que yo lo descubriera.

(Para Bea.)

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