Ahora hace cinco
años, ¡ya!, que murió Miguel Ángel Velasco. El único poeta contemporáneo publicado por Agustín García Calvo en su editorial. Se fue en un arrebato de los
suyos, buscando la intensidad y el momento supremo. Fue un poeta formal y
fervoroso; en lucha de razón contra la terrible potencia de los sentidos; buscando su secreto: consiguió transmitirnos, sin duda, algunas “palpables
maravillas”, como dijo Agustín. Él sintió lo que no sentimos muchos, pero lo
dejó clavado en piedra en algunos versos como éste:
“(…) y al
aspirar el humo
se anega el
cuerpo en su placenta antigua.”
Y buscó tanto la
vida que topó con la muerte, y quedó yerto, pero no mudo:
“Míralas bien
las cosas: reverberan
tocadas por el
polen de la aurora:
la filigrana
lenta de la savia,
el trémulo
rocío, cada gota
en que se copia
entera la mañana (…)”
La delicia de
lo creado, la mentira de la muerte, lo imposible... El amor a la vida y lo extraordinario:
“(…) Hoy te he
abrazado, padre, y he sentido
crujir tu cuerpo
como un leño seco,
y he tenido
vergüenza de mis brazos.
El agua de una
lágrima ha venido
a lavarme el
dolor. Ha sido entonces
que he ido a
mirarte, padre, el dulce rostro,
que he ido a
decirte adiós… y eras mi hijo.”
Impresionante.
La sabiduría en el milagro de una fabulosa gracia inesperada.
No lo conocía, qué versos más hermosos (y lo dice una prosaica empedernida). Pero, ¿¿de verdad tenía esa pinta??
ResponderEliminarNo, más bien iba vestido un poco a la antigua. Esa foto de místico oriental me resulta extraña en él.
ResponderEliminar