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miércoles, 21 de octubre de 2015

Los concejos y la ballena del rey

Se sabe de la fuerza y dinamismo que adquirieron los tempranos concejos de la Edad Media en León y Castilla y su capacidad para restringir el poderío de la Corte. Estas primigenias reuniones políticas del ‘tercer estado’, como han querido ver en el concejo algunos historiadores, consiguieron importantes libertades y derechos civiles -muchos más que en otros lugares- y por ello prosperidad y poder, pero pagaron muchos servicios, especialmente fiscales.
Los reyes se podían llevar de los concejos rendimientos de explotaciones como minas, pesquerías o salinas; rentas sacadas de propiedades reales como tierras de labranza, bosques, molinos, viñas o huertos; impuestos directos (la marzazga y la fumazga, por ejemplo) e indirectos (sobre todo portazgos y pontazgos); diversidad de gabelas por pequeños negocios y aprovechamientos; parte de los botines en las acciones de guerra como deber militar… En fin, aparte de otros servicios curiosos como los de mandadería (mensajería), castellaría (trabajos de albañilería) y el conducho ocasional para el buen yantar del rey en sus visitas al municipio de turno. Había localidades, además, con prestaciones extraordinarias.
Pero de todos los servicios, el más extraño, difícil e incluso heroico, el más novelesco y fantástico, era el que tenían que cumplir algunas villas costeras que como la de Motrico (ya registrada al respecto en 1200 por documento de Alfonso VIII) suministraban anualmente a la corona nada menos que… ¡una ballena!. Regalar ballenas era una cosa de mucho lustre. Me imagino la ballena atravesando trigales bajo los azulísimos cielos castellanos.

¡Qué no hubiera sacado Herman Melville de este asunto!

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