Cualquier
artilugio, mecanismo o ingenio humano en el ámbito marino, y más aún en el de la caza de la ballena, sea complejo o
perfectamente rudimentario, le sirve a Melvillle para resaltar las trampas
ocultas de la vida. Cuando habla de los cabos que van en las barcas balleneras
cogidos a los arpones y enrollados por todas partes no se dedica sólo a
describir en qué consisten, cómo son y de qué manera se disponen y se utilizan,
sino que en seguida todo eso se transforma en un símbolo evidente del mal que
acecha al hombre por todas partes y de los peligros que envuelven su alma:
“(…) Pero, ¿a
qué redundar más? Todo hombre vive envuelto en cabos balleneros. Todos han
nacido con sogas al cuello, si bien solamente cuando se ven cogidos en el
rápido, súbito remolino de la muerte, toman conciencia de los quietos, sutiles
y omnipresentes peligros de la vida.”
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