Melville dota a
la ballena de una conciencia para la lucha anonadante incluso para Ahab, el
único hombre que se ha dedicado a ella en cuerpo y alma. Moby Dick arremete
contra el Pequod:
“(…) la ballena
vio el casco negro del buque que se acercaba, y apreciando, al parecer, en él
el origen de todas aquellas persecuciones, o acaso por creerlo enemigo mayor y
más digno, es el caso que se lanzó súbitamente sobre la proa que avanzaba,
haciendo crujir las mandíbulas entre furiosos torrentes de espuma.
Ahab se tambaleó y se pasó la mano por la
frente. -¡Me quedo ciego!”
Eso es. Ciego.
Bien hallada expresión por parte del escritor. No se puede luchar contra un
dios ni mirar de frente a un dios sin quedarse ciego.
Y la ballena
golpea el barco:
“(…) Todo su
aspecto denotaba rencor, venganza súbita, maldad implacable, y contra toda
posible intervención humana el macizo ariete blanco de su cabeza deshizo de un
golpe a estribor la proa, haciendo tambalearse maderas y hombres. (…)
Semejantes a masteleros sueltos, las cabezas de los arponeros en el calcés
temblaron sobre sus cuellos de toro.”
Qué excelente
frase esta última. Casi no se describe la tremenda acometida, sino cómo se
transmite su efecto hasta los poderosos cuellos de los arponeros situados allá
en lo alto. Así se nos hace mucho más sensible su impresión.
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