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viernes, 10 de octubre de 2014

Un verano, y más, con Moby Dick (XLI).


Melville dota a la ballena de una conciencia para la lucha anonadante incluso para Ahab, el único hombre que se ha dedicado a ella en cuerpo y alma. Moby Dick arremete contra el Pequod:

“(…) la ballena vio el casco negro del buque que se acercaba, y apreciando, al parecer, en él el origen de todas aquellas persecuciones, o acaso por creerlo enemigo mayor y más digno, es el caso que se lanzó súbitamente sobre la proa que avanzaba, haciendo crujir las mandíbulas entre furiosos torrentes de espuma.
    Ahab se tambaleó y se pasó la mano por la frente. -¡Me quedo ciego!”

Eso es. Ciego. Bien hallada expresión por parte del escritor. No se puede luchar contra un dios ni mirar de frente a un dios sin quedarse ciego.
Y la ballena golpea el barco:

“(…) Todo su aspecto denotaba rencor, venganza súbita, maldad implacable, y contra toda posible intervención humana el macizo ariete blanco de su cabeza deshizo de un golpe a estribor la proa, haciendo tambalearse maderas y hombres. (…) Semejantes a masteleros sueltos, las cabezas de los arponeros en el calcés temblaron sobre sus cuellos de toro.”

Qué excelente frase esta última. Casi no se describe la tremenda acometida, sino cómo se transmite su efecto hasta los poderosos cuellos de los arponeros situados allá en lo alto. Así se nos hace mucho más sensible su impresión.


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