En una de las
batallas ocurre lo que nadie hubiera imaginado. Fedallah, el parsi, desaparece.
Los hombres no lo creen. Ahab lo busca inquieto, ansioso, desesperado. El
semidiós intemporal, la presencia indeseable, la sombra del capitán, su voluntad
silente, el cazador infalible había sido tragado por las aguas en una de las
brutales refriegas:
“(…) -¡El parsi!
–exclamó Stubb- Le debió de coger…
-¡Que a ti te
coja el vómito negro! A correr todos por arriba, por abajo, la cámara, el
castillo de proa… A encontrarle… No habrá desaparecido. ¡Oh, no!
Mas todos
volvieron al poco con la noticia de que al parsi no se le encontraba por parte
alguna.”
Luego Ahab reflexiona
para sí en un delirio de enigmas sobrenaturales en los que muestra su
secreta dependencia de aquel extraño desaparecido:
“(…) –El parsi…
¡el parsi! Muerto, ¿muerto?, y tenía que morir antes, pero, a pesar de todo,
tiene que reaparecer antes de que yo pueda morir. ¿Cómo puede ser? He aquí un
enigma que desconcertaría a todos los letrados aun respaldados por la cohorte
de todos los jueces. ¿Picotea mi cerebro como el pico de un halcón! Pero, con
todo, yo lo resolveré. ¡Yo!”
¿Qué poderosos
lazos unían al capitán y al salvaje? Ahab espera volver a ver al parsi a pesar
de saberlo muerto porque hay seres que vuelven como fantasmas antes de su
desaparición definitiva, o de la nuestra. Son los incomprensibles vínculos de la voluntad y de la
muerte, y de una necesidad que no entendemos. Eso creía Melville.
No hay comentarios:
Publicar un comentario