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viernes, 24 de octubre de 2014

Un verano, y más, con Moby Dick (XLII).


“(…) ¡Buque de gloriosa muerte!”

Eso grita Ahab. Es el último encuentro. Es el fin. Ahab lo sabe. Todos lo saben.  Toda la vida del capitán… también toda la vida de los marineros estaba dirigida como por un misterioso e indescifrable vendaval hacia este momento. Toda vida mira ese momento deseando que sea glorioso. Ahab lo hace grandioso a no poder más. Y terrible. La desesperación lo conduce a la gloria mortal en un carro de sangre y dolor.

“(…) ¡¡Hasta ti voy, destructiva e inconquistable ballena, lucho contigo hasta el fin; te acuchillaré desde el centro del infierno escupiéndote mi odio con mi último suspiro!!”

No se puede morir luchando de una manera más convulsa. No se puede acabar la vida de una manera más inconforme, violenta y despiadada. No se puede revocar la existencia con un desprecio más heroico y procaz.


“(…) Lanzó el arpón y la ballena herida avanzó hacia delante. El cabo corría con ígnea rapidez por su ranura, luego se enredó y Ahab se agachó para liberarlo, y lo logró, pero al desenrollarse velozmente una aduja lo cogió por el cuello y le arrancó de la lancha tan silenciosamente como sicarios turcos estrangulando a su víctima (…) La tripulación se quedó por un instante petrificada, inmóvil (…)”

2 comentarios:

  1. Fíjate que estoy pensando ahora que Cormac tenía de la ballena atroz la misma opinión que Achab, y que la hizo persona transfigurando su blanca testuz de cetáceo en una calva oronda y gloriosa; y cubrió ese mal del averno con un sombrero de copa.

    Bah, no sé.

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  2. El indestructible juez Holden, eh? Sí, que también era albino.

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