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jueves, 9 de octubre de 2014

Un verano, y más, con Moby Dick (XL).


La lucha sobrehumana continúa en la interminable tercera jornada de caza.
Tras una de las nuevas acometidas de la bestia contra las lanchas balleneras se resuelve el enigma imposible que se había planteado Ahab sobre el desaparecido jefe de los parsis:

“(…) En tanto que Daggoo y Queequeg taponaban las grietas y la ballena se alejaba, dejando ver un costado entero mientras pasaba de nuevo junto a ellos, resonó un grito unánime: atado al lomo del animal, preso allí en la maraña de cuerdas que la ballena había enredado aún más en sus evoluciones nocturnas de la pasada noche, aparecía el cadáver del parsi, cuyo negro atuendo estaba destrozado. Tenía los desorbitados ojos vueltos hacia el viejo Ahab.
    A éste se le cayó el arpón de la mano.
-¡Infatuado! ¡Necio! –exclamó, haciendo una profunda inspiración-. ¡Ohh, parsi, te veo de nuevo! Sí, y vas delante, y esto, esto es el coche fúnebre que me prometiste.”


Los delirios de Ahab no son porque sí. Nadie hubiera imaginado cómo podía volver el parsi del más allá para animar en la lucha al viejo capitán. Y ésa era la única forma real, atrapado en la maraña de cabos y sujeto al cuerpo de su dios mortal. En la guerra y en la vida regresan los muertos para recordar a los vivos que tienen una deuda. La decisión de éstos es cómo y cuándo pagarla. 

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