La lucha
sobrehumana continúa en la interminable tercera jornada de caza.
Tras una de las
nuevas acometidas de la bestia contra las lanchas balleneras se resuelve el
enigma imposible que se había planteado Ahab sobre el desaparecido jefe de los
parsis:
“(…) En tanto
que Daggoo y Queequeg taponaban las grietas y la ballena se alejaba, dejando
ver un costado entero mientras pasaba de nuevo junto a ellos, resonó un grito
unánime: atado al lomo del animal, preso allí en la maraña de cuerdas que la
ballena había enredado aún más en sus evoluciones nocturnas de la pasada noche,
aparecía el cadáver del parsi, cuyo negro atuendo estaba destrozado. Tenía los
desorbitados ojos vueltos hacia el viejo Ahab.
A éste se le cayó el arpón de la mano.
-¡Infatuado!
¡Necio! –exclamó, haciendo una profunda inspiración-. ¡Ohh, parsi, te veo de
nuevo! Sí, y vas delante, y esto, esto es el coche fúnebre que me prometiste.”
Los delirios de
Ahab no son porque sí. Nadie hubiera imaginado cómo podía volver el parsi del
más allá para animar en la lucha al viejo capitán. Y ésa era la única forma
real, atrapado en la maraña de cabos y sujeto al cuerpo de su dios mortal. En
la guerra y en la vida regresan los muertos para recordar a los vivos que
tienen una deuda. La decisión de éstos es cómo y cuándo pagarla.
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