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lunes, 20 de julio de 2015

Larchant. Balthus.


Balthus fue también un paisajista excepcional. En este cuadro, una vista de Larchant, donde aún delata su gusto por Corot, exhibe una maestría ya conseguida.

Hay que ver con qué delicadeza pone todo en una media lejanía bajo un gran cielo y hace confluir la geometría general del cuadro en esa joya lineal de iglesia rural que se yergue en mitad de la tela y la concentra (en realidad, son los restos de la iglesia de Saint Mathurin). Es un paisaje abstracto, frío… se diría ‘mental’ por sus cualidades aritméticas. Pero hay una misteriosa sensualidad de conjunto que transmite una satisfacción plena y te absorbe la mirada. No se puede decir que sea exactamente por cómo se inscribe la obra del hombre (los campos cultivados y delimitados, y el pueblo) en la naturaleza, o por las formas de la naturaleza misma (prácticamente inexistentes), sino más bien por cómo se ve la humilde y digna obra humana bajo la inmensidad del cielo intemporal y a través de la belleza transparente de un aire casi táctil.

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