Balthus fue también un paisajista excepcional. En este cuadro, una vista
de Larchant, donde aún delata su gusto por Corot, exhibe una maestría ya
conseguida.
Hay que ver con qué delicadeza pone todo
en una media lejanía bajo un gran cielo y hace confluir la geometría general
del cuadro en esa joya lineal de iglesia rural que se yergue en mitad de la
tela y la concentra (en realidad, son los restos de la iglesia de Saint
Mathurin). Es un paisaje abstracto, frío… se diría ‘mental’ por sus cualidades
aritméticas. Pero hay una misteriosa sensualidad de conjunto que transmite una
satisfacción plena y te absorbe la mirada. No se puede decir que sea
exactamente por cómo se inscribe la obra del hombre (los campos cultivados y
delimitados, y el pueblo) en la naturaleza, o por las formas de la naturaleza
misma (prácticamente inexistentes), sino más bien por cómo se ve la humilde y
digna obra humana bajo la inmensidad del cielo intemporal y a través de la
belleza transparente de un aire casi táctil.
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