La tupida red legal burocrático-defensiva creada a través de los siglos por las sociedades
avanzadas en todos los ámbitos del intercambio humano ha permitido
supuestamente una generalización de las garantías de libertad e integridad
individual desconocidas hasta ahora. Sin embargo, esa red también ha
funcionado, y su efecto va en aumento, como un poder ubicuo de bloqueo de la
acción inmediata e individual del hombre. Ya casi es imposible dar una
respuesta cumplida y puntual basada en el coraje, la valentía, el instinto, los
reflejos y la resistencia a los problemas que nos plantean y nos imponen unas
culturas pletóricas, híper burocratizadas, normativizadas, controladas y
clínicas. La contradicción es intensa: la libertad que nos trae la seguridad y
las garantías recomienda al mismo tiempo el cese de cualquier comportamiento
que se salga de lo previsto y contemplado en el complejo laberinto trazado por
la legalidad de nuestras estructuras político-sociales, las cuales convierten a
la persona individual en algo insignificante y a merced de un mecanismo de firmes
garantías, que sí, que funciona efectivamente, pero que a la vez aplasta a la
persona porque toda acción debe estar recogida en ese ‘gran libro de las
relaciones humanas y el comportamiento’ que no para de crecer a instancias de
un poder extenso en la muchedumbre. El carácter individual se ha ido,
necesariamente, desterrando y su libertad ética, casi imperceptiblemente,
desactivando. Y esto tiene dos caras. La negativa en su parte más oscura la vio
parcialmente, por ejemplo, Kafka de manera temprana, y la describió con su particular
sensibilidad artística en sus novelas. Desde
entonces se ha avanzado mucho porque hemos llegado a una situación en la que es
difícil atacar el inmenso aparato sin caer en una indeseable criminalidad.
Ante esta
generalización de la sensación de libertad dentro del control y la seguridad
omnímodos que todo lo abarcan, el boxeo se plantea como un remedo de primitiva
vuelta a la desesperada respuesta individual frente a una situación de acoso. O
sea, a la libertad real. La inmediatez de la respuesta y la misma franqueza brutal
de esa respuesta hacen del noble arte la práctica del hombre desnudo que,
simplemente, lucha con los únicos medios de su empuje espiritual y su cuerpo
para seguir en pie y preservar, como dije en otro post, su alma trémula. Que
esto moleste a los que defienden el control absoluto de la vida del hombre y su
‘protección’ de toda acción que quede fuera de lo previsto por las garantías
estipuladas por los diseñadores del proteccionismo y sus vigilantes, es normal.
Ellos entienden la libertad no como libertad individual, sino como libertad
de la masa, siempre tutelada por ese gran poder que nos va favoreciendo y
ofreciendo una vida más segura e inatacable. Y por muy regulado que esté el
boxeo, que lo está, la singularidad de su práctica siempre será sospechosa e
incómoda para el partidario de multiplicar el sentimiento del miedo en esa su
sociabilidad salvadora pactada y escrita, así como para el observante cuidado
clínico del hombre. Hay algo en el boxeo cercano a una jovialidad antigua, a
una energía libre, a una soberanía humana… que se sustrae a la ingeniería
burocrática de nuestras vigiladas y timoratas sociedades.