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sábado, 5 de julio de 2014

Un verano con Moby Dick (V)


El Pequod es el barco. Nombre de una escasa tribu india de Nueva Inglaterra destinada a la desaparición.

“Jamás en vuestra vida habréis visto embarcación tan rara.”

… dice Ismael...

“Lleno por todas partes de dibujos y relieves grotescos.”

Ese es el barco escogido por los dos amigos.

“Era un puro trofeo ambulante, una especie de embarcación caníbal decorada con los huesos de sus enemigos vencidos. Toda la amurada estaba adornada como una mandíbula continua.”

El barco todo es una abigarrada y exultante exhibición de su oficio de muerte. Dientes, mandíbulas y huesos de cachalotes y ballenas diversas. Es como navegar dentro de la boca misma de una de esas bestias. Una nave que, a la vez, tiene que excitar y acongojar los ánimos de cualquier marinero que va a pasar en ella varios años impregnado de grasa y sangre de ballena. Una nave que es en sí misma una afrenta contra el animal más grande de la creación. 
Esa grosera grandeza y ese aire de tragedia es reflejo de la valentía y audacia de sus propietarios; toda una vida de hombres grandes en los que, sin embargo…

“(…) en el fondo de su naturaleza predomina una todopoderosa morbidez, pues todos los hombres trágicamente grandes están hechos de retazos mórbidos.”

Y, casi como una advertencia, Ismael nos recuerda:

“ (…) toda grandeza terrenal no es sino enfermedad o dolencia.”


Aquí empieza el Melville en estado puro.

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