El Pequod es el barco. Nombre de una escasa tribu india de Nueva
Inglaterra destinada a la desaparición.
“Jamás en vuestra vida
habréis visto embarcación tan rara.”
… dice Ismael...
“Lleno por todas partes de
dibujos y relieves grotescos.”
Ese es el barco escogido por
los dos amigos.
“Era un puro trofeo
ambulante, una especie de embarcación caníbal decorada con los huesos de sus
enemigos vencidos. Toda la amurada estaba adornada como una mandíbula
continua.”
El barco todo es una
abigarrada y exultante exhibición de su oficio de muerte. Dientes, mandíbulas y
huesos de cachalotes y ballenas diversas. Es como navegar dentro de la boca
misma de una de esas bestias. Una nave que, a la vez, tiene que excitar y
acongojar los ánimos de cualquier marinero que va a pasar en ella varios años
impregnado de grasa y sangre de ballena. Una nave que es en sí misma una
afrenta contra el animal más grande de la creación.
Esa grosera grandeza y ese
aire de tragedia es reflejo de la valentía y audacia de sus propietarios; toda
una vida de hombres grandes en los que, sin embargo…
“(…) en el fondo de su
naturaleza predomina una todopoderosa morbidez, pues todos los hombres
trágicamente grandes están hechos de retazos mórbidos.”
Y, casi como una advertencia,
Ismael nos recuerda:
“ (…) toda grandeza terrenal
no es sino enfermedad o dolencia.”
Aquí empieza el Melville en
estado puro.
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