La alianza del narrador,
Ismael, con el salvaje Queequeg…
“(…) me haré un amigo pagano,
puesto que la amabilidad cristiana se me ha revelado como vana cortesía.”
… es la inocente (¿inocente?)
atracción del mismo novelista Melville por lo que se desvía de la civilización
en busca de una espontánea y sólida veracidad nunca encontrada. El temor a la
convención, a esa “cortesía”, a la cultura de un mundo que le aburre encuentra
una salida fantástica en el arponero tatuado, al cual el escritor le hace decir
después de haber buscado y conocido ya muchas tierras:
“Este mundo es perverso en
todos sus meridianos. Moriré pagano.”
Sesgos puritanos
comunitaristas, simpatías cuáqueras formadas en las fratrías marineras de la
isla de Nantucket, último contacto con la tierra de los protagonistas…
“(…) el puerto más prometedor
para cualquier ballenero aventurero que quisiera embarcarse.”
“Nantuckeses desnudos,
ermitaños del mar (…) recorrieron y conquistaron las aguas semejantes a otros
tantos Alejandros (…) pues el mar es suyo.”
Allí, en aquella punta
avanzada de tierra, Ismael empieza a respirar aire de alta mar y a rechazar el
suelo firme hasta maldecirlo:
“(…) aquella tierra de
portazgos y consumos, aquel camino hollado por tantos pies y cascos serviles (…)
Me volvía a la contemplación de la magnanimidad del mar, que no deja huella
alguna.”
El mar, el magnánimo dios del
olvido.
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