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viernes, 4 de julio de 2014

Un verano con Moby Dick (IV)


La alianza del narrador, Ismael, con el salvaje Queequeg…

“(…) me haré un amigo pagano, puesto que la amabilidad cristiana se me ha revelado como vana cortesía.”

… es la inocente (¿inocente?) atracción del mismo novelista Melville por lo que se desvía de la civilización en busca de una espontánea y sólida veracidad nunca encontrada. El temor a la convención, a esa “cortesía”, a la cultura de un mundo que le aburre encuentra una salida fantástica en el arponero tatuado, al cual el escritor le hace decir después de haber buscado y conocido ya muchas tierras:

“Este mundo es perverso en todos sus meridianos. Moriré pagano.”

Sesgos puritanos comunitaristas, simpatías cuáqueras formadas en las fratrías marineras de la isla de Nantucket, último contacto con la tierra de los protagonistas…

“(…) el puerto más prometedor para cualquier ballenero aventurero que quisiera embarcarse.”
“Nantuckeses desnudos, ermitaños del mar (…) recorrieron y conquistaron las aguas semejantes a otros tantos Alejandros (…) pues el mar es suyo.”

Allí, en aquella punta avanzada de tierra, Ismael empieza a respirar aire de alta mar y a rechazar el suelo firme hasta maldecirlo:

“(…) aquella tierra de portazgos y consumos, aquel camino hollado por tantos pies y cascos serviles (…) Me volvía a la contemplación de la magnanimidad del mar, que no deja huella alguna.”


El mar, el magnánimo dios del olvido.

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