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martes, 1 de julio de 2014

Un verano con Moby Dick (I)


Es un principio milesio el de Ismael. Lo hubiera firmado alegremente el mismísimo Tales de Mileto. Todo viene del agua, del mar, y todo vuelve al agua, al mar. La mentalidad de Ismael es también de ‘fisikoi’, de ‘fisiologoi’. Su mente y su equilibio físico dependen de la infinita cantidad de agua que rodea el mundo.

“(…) Volver al mar con urgencia. Este es el sustituto que utilizo para el suicidio.”

El mar es su salvación. Pero los abismos líquidos son asimismo un misterio reconocido y temible. El mismo misterio de la propia e insondable alma. Cuando Ismael recuerda el mito de Narciso dice:

“(…) No pudiendo comprender la atormentadora y dulce imagen que veía en la fuente, se arrojó en ella y se ahogó. Pero semejante imagen la vemos nosotros mismos en todos los ríos y océanos. Es la imagen del incomprensible fantasma de la vida. Y he aquí la llave de todo.”

¿La llave de todo? Ismael está determinado. Pero no por sí mismo, sino que es una voluntad perteneciente a algo mayor:

“(…) Y sin duda que esta decisión mía de lanzarme a la pesca de la ballena formaba parte del programa de la Providencia (…)”

El Mar, la Providencia, la atracción incontenible. La conformación de un destino a lo grande… con apariencia de definitivo. Recordemos lo que dijo Aristóteles en su Metafísica sobre los principios físicos de los milesios: “… Término último avanzando hacia el cual las cosas se destruyen.” Esa magnífica determinación de Ismael sin saber aún a dónde.


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