Es un principio milesio el de
Ismael. Lo hubiera firmado alegremente el mismísimo Tales de Mileto. Todo viene
del agua, del mar, y todo vuelve al agua, al mar. La mentalidad de Ismael es
también de ‘fisikoi’, de ‘fisiologoi’. Su mente y su equilibio físico dependen
de la infinita cantidad de agua que rodea el mundo.
“(…) Volver al mar con
urgencia. Este es el sustituto que utilizo para el suicidio.”
El mar es su salvación. Pero
los abismos líquidos son asimismo un misterio reconocido y temible. El mismo
misterio de la propia e insondable alma. Cuando Ismael recuerda el mito de
Narciso dice:
“(…) No pudiendo comprender
la atormentadora y dulce imagen que veía en la fuente, se arrojó en ella y se
ahogó. Pero semejante imagen la vemos nosotros mismos en todos los ríos y
océanos. Es la imagen del incomprensible fantasma de la vida. Y he aquí la
llave de todo.”
¿La llave de todo? Ismael
está determinado. Pero no por sí mismo, sino que es una voluntad perteneciente
a algo mayor:
“(…) Y sin duda que esta
decisión mía de lanzarme a la pesca de la ballena formaba parte del programa de
la Providencia (…)”
El Mar, la Providencia, la
atracción incontenible. La conformación de un destino a lo grande… con
apariencia de definitivo. Recordemos lo que dijo Aristóteles en su Metafísica sobre los
principios físicos de los milesios: “… Término último avanzando hacia el cual
las cosas se destruyen.” Esa magnífica determinación de Ismael sin saber aún a
dónde.
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