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jueves, 31 de julio de 2014

La libertad del boxeo


La tupida red legal burocrático-defensiva creada a través de los siglos por las sociedades avanzadas en todos los ámbitos del intercambio humano ha permitido supuestamente una generalización de las garantías de libertad e integridad individual desconocidas hasta ahora. Sin embargo, esa red también ha funcionado, y su efecto va en aumento, como un poder ubicuo de bloqueo de la acción inmediata e individual del hombre. Ya casi es imposible dar una respuesta cumplida y puntual basada en el coraje, la valentía, el instinto, los reflejos y la resistencia a los problemas que nos plantean y nos imponen unas culturas pletóricas, híper burocratizadas, normativizadas, controladas y clínicas. La contradicción es intensa: la libertad que nos trae la seguridad y las garantías recomienda al mismo tiempo el cese de cualquier comportamiento que se salga de lo previsto y contemplado en el complejo laberinto trazado por la legalidad de nuestras estructuras político-sociales, las cuales convierten a la persona individual en algo insignificante y a merced de un mecanismo de firmes garantías, que sí, que funciona efectivamente, pero que a la vez aplasta a la persona porque toda acción debe estar recogida en ese ‘gran libro de las relaciones humanas y el comportamiento’ que no para de crecer a instancias de un poder extenso en la muchedumbre. El carácter individual se ha ido, necesariamente, desterrando y su libertad ética, casi imperceptiblemente, desactivando. Y esto tiene dos caras. La negativa en su parte más oscura la vio parcialmente, por ejemplo, Kafka de manera temprana, y la describió con su particular sensibilidad artística en sus novelas.  Desde entonces se ha avanzado mucho porque hemos llegado a una situación en la que es difícil atacar el inmenso aparato sin caer en una indeseable criminalidad.


Ante esta generalización de la sensación de libertad dentro del control y la seguridad omnímodos que todo lo abarcan, el boxeo se plantea como un remedo de primitiva vuelta a la desesperada respuesta individual frente a una situación de acoso. O sea, a la libertad real. La inmediatez de la respuesta y la misma franqueza brutal de esa respuesta hacen del noble arte la práctica del hombre desnudo que, simplemente, lucha con los únicos medios de su empuje espiritual y su cuerpo para seguir en pie y preservar, como dije en otro post, su alma trémula. Que esto moleste a los que defienden el control absoluto de la vida del hombre y su ‘protección’ de toda acción que quede fuera de lo previsto por las garantías estipuladas por los diseñadores del proteccionismo y sus vigilantes, es normal. Ellos entienden la libertad no como libertad individual, sino como libertad de la masa, siempre tutelada por ese gran poder que nos va favoreciendo y ofreciendo una vida más segura e inatacable. Y por muy regulado que esté el boxeo, que lo está, la singularidad de su práctica siempre será sospechosa e incómoda para el partidario de multiplicar el sentimiento del miedo en esa su sociabilidad salvadora pactada y escrita, así como para el observante cuidado clínico del hombre. Hay algo en el boxeo cercano a una jovialidad antigua, a una energía libre, a una soberanía humana… que se sustrae a la ingeniería burocrática de nuestras vigiladas y timoratas sociedades.

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