La cofa es un espacio
privilegiado para cualquier hombre, pero especialmente peligroso para esos
jóvenes marineros con espíritu soñador. Ismael advierte:
“(…) no alistéis en vuestras
pesquerías a ningún muchacho de cara enjuta y ojos profundos propicio a las
meditaciones intempestivas (…)”
Se diría que el tope de los
mástiles viene a ser el refugio en el cielo de todos aquellos que tienen el mar
como la más poderosa de las drogas:
“(…) esa abstraída mente
juvenil, arrullada por una inconsciente y vacua ensoñación de opiómano que se
forma por la mezcla de la cadencia del oleaje con los pensamientos que le son
propios, acaba finalmente en una pérdida, por parte del sujeto, de su
identidad.”
El alma y la infinitud del
océano se funden en una esencia mística emparentada con el sueño y el olvido y,
cómo no, con el absoluto de la muerte. A partir de ese momento volver a la
identidad es una desgracia:
“(…) mas, mientras esta
ensoñación te posee, mueve una pulgada una mano o un pie, deslízate fuera de
ese encantamiento, y tu propia identidad vuelve a aparecer horrorizada.”
De ahí que el abrazo de las
profundidades sea una tentación inmediata:
“(…) quizá a mediodía con el
más hermoso tiempo y un grito medio ahogado, te lanzarás a través del aire
transparente sobre el mar estival para no volver jamás.”
Qué imagen de abandono más
hermosa.
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