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sábado, 12 de julio de 2014

Un verano con Moby Dick (IX)


La cofa es un espacio privilegiado para cualquier hombre, pero especialmente peligroso para esos jóvenes marineros con espíritu soñador. Ismael advierte:

“(…) no alistéis en vuestras pesquerías a ningún muchacho de cara enjuta y ojos profundos propicio a las meditaciones intempestivas (…)”

Se diría que el tope de los mástiles viene a ser el refugio en el cielo de todos aquellos que tienen el mar como la más poderosa de las drogas:

“(…) esa abstraída mente juvenil, arrullada por una inconsciente y vacua ensoñación de opiómano que se forma por la mezcla de la cadencia del oleaje con los pensamientos que le son propios, acaba finalmente en una pérdida, por parte del sujeto, de su identidad.”

El alma y la infinitud del océano se funden en una esencia mística emparentada con el sueño y el olvido y, cómo no, con el absoluto de la muerte. A partir de ese momento volver a la identidad es una desgracia:

“(…) mas, mientras esta ensoñación te posee, mueve una pulgada una mano o un pie, deslízate fuera de ese encantamiento, y tu propia identidad vuelve a aparecer horrorizada.”

De ahí que el abrazo de las profundidades sea una tentación inmediata:

“(…) quizá a mediodía con el más hermoso tiempo y un grito medio ahogado, te lanzarás a través del aire transparente sobre el mar estival para no volver jamás.”


Qué imagen de abandono más hermosa.

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