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miércoles, 30 de julio de 2014

Un verano con Moby Dick (XIII)



Ismael intenta explicar  por qué le aterra tanto la blancura de la ballena. No lo consigue del todo. Pero desarrolla un breve y retorcido ensayo sobre el instinto animal (y humano) para reconocer la maldad oculta en el mundo. Viene a decir Ismael que el reconocimiento y la visión interna de la perversión que hay en la creación es algo innato que condiciona y diseña la existencia de todos los seres vivos sobre la tierra.
El sudario perfectamente blanco de Moby Dick, que nos recuerda… “el velo mismo de la deidad de los cristianos (…)”, como escribe malévolamente Melville, le lleva al narrador, cual sobre una fuerza  indescriptible… “(…) a las cosas más perturbadoras de la humanidad”.
En el maniqueísmo gnóstico de Melville parece siempre vencer el Dios negativo y la fatalidad definitiva sobre un alma que aún cree estar por encima de la oscuridad en esa descomunal lucha humana del cuerpo y el espíritu contra el dolor y el mal. Y es un proceso de dimensiones cósmicas donde parece no caber la salvación. Dice Ismael:

“(…) Si bien en muchos aspectos este mundo visible parece formado del amor, las esferas invisibles fueron formadas del terror.”


En la frase se dice “parece formado…”. El amor. El amor es pues una pura apariencia que oculta una herida abismal. Y ahí está el narrador para rasgar el velo blanco y descubrir lo peor.

2 comentarios:

  1. Carlos Fuentes (el prólogo... II).30 de julio de 2014, 12:35

    “La percepción melvilleana de los extremos peligros del individualismo maniqueo, gnóstico y prometeico, sólo es superada, en la literatura del siglo XIX, por Dostoievski. No en balde es siempre la transgresión suprema, el crimen, el tema recurrente y profundo en la obra del ruso. Y no en balde es hybris el caldo en el que germina el crimen: Raskólnikov, Stávroguin, Verjóvenski, Iván Karamázov. Pero si en Dostoievski el transgresor puede, al fin, asumir su culpa y redimirse en el castigo —si puede, además, encontrar una persona o todo un pueblo, Sonia o los rusos, que compartan la purgación con él—, en Melville nadie la asume, y todos los tripulantes del Pequod van a estrellarse contra el lomo y la mandíbula de la ballena y a hundirse bajo la gran mortaja del mar. El gran centro vital dostoievskiano no rige en el mundo de Moby Dick. Sin embargo, sólo esto decía, en su media lengua, Quiqueg. Sólo esto el padre Marple cuando, en el m agnífico sermón inicial, indica la dificultad de cumplir los mandados de Dios: para obedecerlo, debemos desobedecernos a nosotros mismos. Melville, como los grandes espíritus del siglo pasado, rasga el velo opaco del positivismo y de la buena conciencia burguesa para abrir paso, nuevamente, a los problemas radicales del hombre. Es, como Marx, Dostoievski y Nietzsche, nuestro contemporáneo”.

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  2. Sí, lo que ocurre es que la novela de Melville pasa en principio por otra cosa que el mundo creado por el ruso porque su marco y sus expansiones son el líquido planeta entero y nos hace respirar -artificialmente- tonificados y naturales… hasta que nos damos cuenta de que nos está cercando el lazo y asfixiando a placer. Por otra parte tiene un problema de contención con su vena místico-abstracta.
    Pero aquí Marx y también Nietzsche creo que sobran.

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