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miércoles, 2 de julio de 2014

Un verano con Moby Dick (II)


Y surge el compañero salvaje de Ismael, Queequeg. El arponero impertérrito. Un hombre de tierras incógnitas. Un ser de otro mundo, una presencia fantasmal, irreal, emparentada con la muerte:

“(…) aquella tez purpúrea amarillenta (…) aquella cabeza calva y púrpura era una calavera mohosa (…)”

Lo incomprensible e inescrutable de ese ser reflejado en su propia piel como un enigma viviente:

“Todo él tatuado con un interminable laberinto de Creta de figuras.”

Sin embargo, el rechazo y la fascinación hacia el pagano, casi de pronto, como un milagro, se transforman en una perfecta fidelidad fraterna. Casi no median palabras. Bastan unos gestos sinceros, firmes y definitivos para obrar el cambio. La amistad entre hombres.


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