En las primeras noticias
sobre Ahab se nos coloca en la espesa ambigüedad del gnosticismo que atraía a
Melville:
“(…) El capitán Ahab es un
gran sujeto, impío y divino.”
… le informan a Ismael los
propietarios del Pequod.
“Sé que es un buen hombre,
pero no un buen hombre devoto (…) sino un buen hombre maldiciente.”
La bondad va pareja con la
maledicencia. Como el Ahab bíblico, rey ambiguo, atormentado por los cultos a Baal
de su esposa Jezabel, propenso al sincretismo, enfrentado al profeta
Elías, asimismo nombre de ese mendigo
que alerta a Ismael y Queequeg sobre su viaje antes de la partida. El rey en
cuya sangre se bañaron las prostitutas y lamieron los perros.
La atracción de la maldición, la grandeza errada y la más grande soledad. Este Ahab de los mares oculta otro tipo de idolatría y determinación hasta la muerte.
(En la ilustración: Retrato de Melville como Ahab.)
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