Y, al fin, tiene
lugar el encuentro.
Terrores
intemporales, fabulosas visiones, imágenes monstruosas se aprestan en la pluma
de Melville para describir un campo bélico tan largamente esperado por el
lector como inconcebible.
No es sólo una
bestia Moby Dick. Actúa como una
conciencia enfrentada a la conciencia de Ahab. No hay duda, la ballena es para
éste también una presencia numinosa, una resistencia excesiva, sin límites, y
también necesaria -divina-, como lo fueron los grandes animales salvajes para
los primeros hombres de la tierra; una fuerza originaria que ha causado un
dolor insondable al viejo capitán, padre de todos los inocentes que van en el Pequod. Es imposible enfrentarse a ella.
Es la venganza contra la misma existencia. Es la lucha final. Los hombres contra
el dios ancestral. Como si este fuera el primero de los relatos antes que todos
los relatos sobre la lucha permanente de hombres y dioses. El relato que nunca se contó;
vergonzoso, derrotado y maldito.
“(…) surgía del
lomo de la ballena el mango roto de una lanza (…) de cuando en cuando se
paraban sobre ella algunas aves que rodeaban al leviatán y allí quedaban,
balanceándose silenciosamente en aquella pértiga, mientras las largas plumas de
las colas flameaban como diminutos gallardetes.”
“(…) Pero al
hundir una y otra vez los ojos en los abismos, vio allá en el fondo una blanca
mancha viva, no mayor que un hurón blanco, que subía con pasmosa celeridad (…)
hasta que emergió, y se vieron entonces claramente las dos largas hileras
torcidas de blancos dientes que surgían del fondo invisible. Eran la abierta
boca y la defectuosa mandíbula de Moby Dick, cuyo enorme cuerpo en sombras se
confundía aún con las azules aguas oceánicas. La refulgente boca bostezó bajo
la lancha como abiertas puertas de un sepulcro de mármol, y Ahab, haciendo
virar rápidamente la embarcación sirviéndose de su remo de popa, la apartó de
tan terrible espectáculo.”
“(…) Un instante
antes que la lancha quedara partida en dos, Ahab, que fue el primero en
penetrar la intención de la ballena, al ver cómo levantaba la cabeza y le
soltaba, intentó en un esfuerzo definitivo sacar la lancha de entre las
mandíbulas, pero ésta resbaló más allá, siempre apresada, y a la vez desprendió
las garras de Ahab, que cayó de cara al mar. (…) Aunque las otras balleneras
aún indemnes estaban al pairo, muy cerca, no se atrevían a meterse en el
torbellino para atacar por temor a desencadenar un ataque exterminador de la
ballena sobre los náufragos, empezando por Ahab. Se limitaban a aguzar la
mirada desde el límite exterior de la zona pavorosa, cuyo centro era ahora la
cabeza del viejo.”