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lunes, 8 de septiembre de 2014

Un verano con Moby Dick (XXVIII)


Aunque no, no todo va a ser lucha, dolor, tragedia... en la caza de la ballena. No todo es rendición a una Némesis vengativa o a los signos de un destino mortal. Hay momentos de sosiego y de contemplación propios de la vida amable que se regalan a todos y cada uno de los hombres que sean capaces de ver belleza y disfrutar de la magia única del encantado océano. Después de una buena y feraz jornada de caza de ballenas, se nos cuenta:

“(…)  Estaba la tarde bien entrada (…) flotando en los hermosos cielo y mar del atardecer, murieron juntos sol y ballena, y cabrilleó en el aire rosado tal dulzura quejumbrosa, plegaria tan solemne, que parecía como si los frailes españoles de los verdes conventos de las islas Filipinas se hubieran hecho marinos y lanzado a la mar con sus himnos vespertinos.”


Hay en esta imagen una tan pía beatitud poética que se diría que Melville se olvidó por un momento de la grave tarea de agujerear la existencia, capítulo a capítulo, con su negra conciencia inconforme y maldita. Sólo un pequeño y engañoso respiro para los que saben la suerte que les espera.

El dulce cuadro lírico tiene su perfecto reverso siniestro en otra imagen poética de inspiración bíblica una página más allá, cuando ya se ha hecho de noche:

"(…) Ahab y la tripulación del bote, parecían dormir, a excepción del parsi, que estaba sentado en cuclillas a proa, contemplando a los tiburones que nadaban fantasmalmente en torno a la ballena y daban coletazos en las ligeras cuadernas de cedro de la lancha. Un rumor, parecido a los lamentos de muchedumbres de las irredimibles almas de Gomorra, reunidas en el Averno, poblaba los aires."

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