Continuando con
su derrota hacia el suroeste, el barco atravesó por la noche una serie de
pequeñas islas rocosas donde se cobijaban focas cuyas crías se perdían en la oscuridad:
“(…) Finalmente,
al acercarse el barco (…) a los suburbios del coto ecuatorial y mientras
navegaba en medio de la profunda oscuridad que antecede al alba, por entre un
grupo de islotes peñascosos, la guardia, mandada por Flask, se vio sorprendida
por un grito tan dolorido e inhumano (como os lamentos balbucientes de los
espectros de los inocentes inmolados por Herodes), que todos salieron
sobresaltados de su ensimismamiento y durante unos instantes quedaron
petrificados (…) en tanto aquel salvaje alarido se seguía oyendo. (…) Con todo,
el canoso hombre de Man, el más anciano de todos los marineros, afirmaba que
aquellos lamentos desgarradores provenían de los últimos ahogados en el mar.”
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