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martes, 9 de septiembre de 2014

Un verano con Moby Dick (XXIX)


Las premoniciones crecen y los hombres intuyen la cercanía de acontecimientos definitivos. El capitán Ahab se siente más y más determinado en su sobrehumana misión y sus gestos son de despojamiento de todo lo que no la confirme. Su elemental y solipsista seguridad y la concentración en su obsesión provocan espanto en la tripulación, comocuando destruye el sextante:

“(…) ¡Maldito seas, sextante! –dijo tirándolo sobre cubierta-. Ya no volveré a guiar por ti mi derrota terrena (…) Y a ti te pateo, miserable cosa que apuntas al cielo, te pisoteo y destruyo de esta manera.”

En ese momento Fedallah estaba a su lado. Parece que él comprende como nadie y se complace en la deriva e incluso espera esos signos:

“(…) El inexpresivo rostro del parsi lució un gozo sarcástico, cuya razón parecía ser Ahab, y una desesperación fatalista, que parecía concernirle a él mismo.”

Starbuck reflexiona observando a distancia al capitán:

“(…) ¿Qué quedará de toda esa ardiente vida tuya, anciano de los mares, más que un puñado de cenizas?”

Y Stubb, que le oye, le contesta no sin cierta inconsciente admiración hacia su superior:

“(…) Hace poco le oí murmurar a Ahab: “Alguien me puso estas cartas en la mano y juro que habré de jugar estar cartas, y solamente éstas.” Y maldito sea Ahab, pero tiene razón. Vive en la partida y muere en ella.”


Starbuck se resiste reflexivo ante ese destino irracional; Stubb reconoce su enorme convicción trágica.

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