Las
premoniciones crecen y los hombres intuyen la cercanía de acontecimientos
definitivos. El capitán Ahab se siente más y más determinado en su sobrehumana
misión y sus gestos son de despojamiento de todo lo que no la confirme. Su
elemental y solipsista seguridad y la concentración en su obsesión provocan
espanto en la tripulación, comocuando destruye el sextante:
“(…) ¡Maldito
seas, sextante! –dijo tirándolo sobre cubierta-. Ya no volveré a guiar por ti
mi derrota terrena (…) Y a ti te pateo, miserable cosa que apuntas al cielo, te
pisoteo y destruyo de esta manera.”
En ese momento Fedallah estaba a su lado. Parece que él comprende como nadie y se complace en
la deriva e incluso espera esos signos:
“(…) El
inexpresivo rostro del parsi lució un gozo sarcástico, cuya razón parecía ser
Ahab, y una desesperación fatalista, que parecía concernirle a él mismo.”
Starbuck
reflexiona observando a distancia al capitán:
“(…) ¿Qué
quedará de toda esa ardiente vida tuya, anciano de los mares, más que un puñado
de cenizas?”
Y Stubb, que le
oye, le contesta no sin cierta inconsciente admiración hacia su superior:
“(…) Hace poco
le oí murmurar a Ahab: “Alguien me puso estas cartas en la mano y juro que
habré de jugar estar cartas, y solamente éstas.” Y maldito sea Ahab, pero tiene
razón. Vive en la partida y muere en ella.”
Starbuck se
resiste reflexivo ante ese destino irracional; Stubb reconoce su enorme
convicción trágica.
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