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sábado, 6 de septiembre de 2014

Un verano con Moby Dick (XXVI)



Queequeg se pone enfemo durante el abrumador trabajo de comprobación y sellado de los toneles balleneros del sollado y bodegas:


"(…) cogió unas fiebres que le pusieron al borde de la tumba. (…) ¡Cómo fue desmejorando paulatinamente en aquellos pocos días interminables, hasta que pareció que no quedaba de él más que el armazón y los tatuajes!”

Pero su enfermedad no sólo es penuria física, sino que hay signos de salud enigmática y fabulosas presencias que emergen de algo profundo:

“(…) Mas a medida que todo adelgazaba en él y sus mejillas se aguzaban, los ojos, en cambio, crecían de modo incesante; adquirieron un extraño y dulce fulgor, y a uno le miraban afable, pero profundamente, desde el fondo de su enfermedad, vivo testimonio de aquella inmortal salud suya que no podía morir ni debilitarse.”

Aquí Melville va más allá que su otro ilustre colega aventurero literario, Stevenson, quien dijo, con sabia sensibilidad, que todos los hombres mueren jóvenes. No, para Melville un hombre es un enigma eterno que no puede ser acabado por una enfermedad o por el tiempo. Mirar dentro de sus ojos es verse abismado en una espiral de eternidad:

“(…) Le entraba a uno un pavor inexplicable al sentarse a la cabecera de aquel salvaje moribundo, pues en su rostro se veían cosas tan extraordinarias como vieran los que asistieron a la muerte de Zoroastro.”

Los tonos férvidos de los ojos del salvaje Queequeg expresaban y hacían intuir lo que ningún sabio antiguo pudo explicar:

“(…) De modo que, digámoslo una vez más, no hubo caldeo ni griego que tuviera ideas más elevadas ni santas como aquellas sombras misteriosas que podíais ver crepitar en el rostro de Queequeg.”


Al final, Queequeg, que estaba serenamente entregado a la muerte y se había hecho hacer un ataúd a medida, se recupera, repentinamente, por voluntad propia, porque recuerda que tenía una cuenta pendiente en la tierra. Nadie muere si no quiere, a no ser por una enorme fatalidad, como una ballena. ¡Oh, misterio de la muerte al que nos entregamos como marionetas de un guiñol que creemos irrevocable!

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