Queequeg se
pone enfemo durante el abrumador trabajo de comprobación y sellado de los
toneles balleneros del sollado y bodegas:
"(…) cogió unas
fiebres que le pusieron al borde de la tumba. (…) ¡Cómo fue desmejorando
paulatinamente en aquellos pocos días interminables, hasta que pareció que no
quedaba de él más que el armazón y los tatuajes!”
Pero su
enfermedad no sólo es penuria física, sino que hay signos de salud enigmática y
fabulosas presencias que emergen de algo profundo:
“(…) Mas a
medida que todo adelgazaba en él y sus mejillas se aguzaban, los ojos, en
cambio, crecían de modo incesante; adquirieron un extraño y dulce fulgor, y a
uno le miraban afable, pero profundamente, desde el fondo de su enfermedad,
vivo testimonio de aquella inmortal salud suya que no podía morir ni
debilitarse.”
Aquí Melville va
más allá que su otro ilustre colega aventurero literario, Stevenson, quien
dijo, con sabia sensibilidad, que todos los hombres mueren jóvenes. No, para
Melville un hombre es un enigma eterno que no puede ser acabado por una
enfermedad o por el tiempo. Mirar dentro de sus ojos es verse abismado en una
espiral de eternidad:
“(…) Le entraba
a uno un pavor inexplicable al sentarse a la cabecera de aquel salvaje
moribundo, pues en su rostro se veían cosas tan extraordinarias como vieran los
que asistieron a la muerte de Zoroastro.”
Los tonos
férvidos de los ojos del salvaje Queequeg expresaban y hacían intuir lo que
ningún sabio antiguo pudo explicar:
“(…) De modo
que, digámoslo una vez más, no hubo caldeo ni griego que tuviera ideas más
elevadas ni santas como aquellas sombras misteriosas que podíais ver crepitar
en el rostro de Queequeg.”
Al final,
Queequeg, que estaba serenamente entregado a la muerte y se había hecho hacer
un ataúd a medida, se recupera, repentinamente, por voluntad propia, porque
recuerda que tenía una cuenta pendiente en la tierra. Nadie muere si no quiere,
a no ser por una enorme fatalidad, como una ballena. ¡Oh, misterio de la muerte
al que nos entregamos como marionetas de un guiñol que creemos irrevocable!
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