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domingo, 7 de septiembre de 2014

Un verano con Moby Dick (XXVII)


El mar, asimilado a la muerte, es una posibilidad, otro paso hacia un misterio desconocido, sin fin. El mar y la muerte:

“(…) No es sino el primer saludo a las posibilidades de lo infinitamente remoto, salvaje, acuoso, ilimitado.”

Por eso los hombres que lo han perdido todo se lanzan al mar infinito, como si fuera un paso que deja la vida vieja atrás, para renacer en otra nueva vida llena de maravillas y terrores desconocidos hasta entonces. Hay sirenas que gritan:

“(…) Venid aquí los desgarrados de corazón que hay una vida sin la sanción de una muerte intermedia, maravillas sobrenaturales, cuya contemplación no exige morir previamente (…) En lo que respecta a vuestro horrible y odiado mundo, significa mayor olvido aún que la propia muerte.”

El mar es la más grande posibilidad de olvido en vida. Pero, al parecer, sus afrentas son también mucho más grandes y perdurables que las que acaecen en tierra. Es el parentesco con la eternidad.

Todo esto a propósito de Perth, el herrero del Pequod, un hombre acosado por las desgracias y la soledad que como tantos otros buscó refugio y olvido en la inmensidad del océano.

Perth le forja un arpón especial a Ahab. Un hierro en el que, por orden del capitán, funde cabezas de clavos de herraduras de caballos de carreras con navajas de afeitar del más fino acero para las puntas. Ahab exclama:

“(…) esos clavos se fundirán juntos como cola de huesos de asesinos.”

Luego, los fieros arponeros primeros Tastego, Daggoo y Queequeg son convocados por Ahab para templar el hierro con su propia sangre. En ese momento se oye a Ahab recitar:


Ego non baptizo te in nomine Patris; sed in nomine diaboli.

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