El mar,
asimilado a la muerte, es una posibilidad, otro paso hacia un misterio
desconocido, sin fin. El mar y la muerte:
“(…) No es sino
el primer saludo a las posibilidades de lo infinitamente remoto, salvaje,
acuoso, ilimitado.”
Por eso los
hombres que lo han perdido todo se lanzan al mar infinito, como si fuera un
paso que deja la vida vieja atrás, para renacer en otra nueva vida llena de
maravillas y terrores desconocidos hasta entonces. Hay sirenas que gritan:
“(…) Venid aquí
los desgarrados de corazón que hay una vida sin la sanción de una muerte
intermedia, maravillas sobrenaturales, cuya contemplación no exige morir
previamente (…) En lo que respecta a vuestro horrible y odiado mundo, significa
mayor olvido aún que la propia muerte.”
El mar es la más
grande posibilidad de olvido en vida. Pero, al parecer, sus afrentas son
también mucho más grandes y perdurables que las que acaecen en tierra. Es el parentesco con la eternidad.
Todo esto a
propósito de Perth, el herrero del Pequod,
un hombre acosado por las desgracias y la soledad que como tantos otros buscó
refugio y olvido en la inmensidad del océano.
Perth le forja
un arpón especial a Ahab. Un hierro en el que, por orden del capitán, funde
cabezas de clavos de herraduras de caballos de carreras con navajas de afeitar
del más fino acero para las puntas. Ahab exclama:
“(…) esos clavos
se fundirán juntos como cola de huesos de asesinos.”
Luego, los fieros arponeros primeros Tastego, Daggoo y Queequeg son convocados por Ahab para
templar el hierro con su propia sangre. En ese momento se oye a Ahab recitar:
“Ego non baptizo te in nomine Patris; sed in nomine
diaboli.”
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