Un día brillante
de calma serena en el que mar y cielo aparecen como la belleza y la bondad
unidas, y los hombres del barco aquietan sus almas y olvidan sus pesares. Ahab
siente, por última vez acaso, lo que es la amable humanidad y recuerda el
descanso terrestre y a la amada familia cuando mira a los ojos de su primer
oficial. Le dice:
“(…) ¡Acércate,
Starbuck! ¡Acércate a mi lado, que pueda mirar unos ojos humanos! Es preferible
que mirar el mar o el cielo; mejor que mirar a Dios. Deseo sentirme en la verde
comarca, en el entrañable hogar (…) Veo en tus ojos hijo… a mi mujer y a mi
hijo. ¡No, no, quédate a bordo, a bordo! No vengas cuando yo salga de caza.
Cuando Ahab, el hombre marcado, persiga a Moby Dick.”
Pero enseguida
vuelve a ser presa del misterioso amo de su voluntad, al que reconoce por
encima de toda fuerza y de toda imaginación. "El hombre marcado", dice, asumiendo su condición cainita. ¿Qué puede hacer él ni nadie contra el mecanismo eterno,
contra un destino que hace mover desde la más pequeña y efímera ola hasta el
mismísimo Sol?
Las notas sentimentales que deja oír Melville ya hacia el final de su novela no hacen más que introducir una modulación patética, tanto más desolada, en el trágico final que se adivina.
Las notas sentimentales que deja oír Melville ya hacia el final de su novela no hacen más que introducir una modulación patética, tanto más desolada, en el trágico final que se adivina.
No hay comentarios:
Publicar un comentario