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lunes, 1 de septiembre de 2014

Un verano con Moby Dick (XXII)


¿Quién no ha imaginado como la peor de las pesadillas el quedar abandonado a su propia suerte en mitad del océano, flotando como un minúsculo fardo sobre negros abismos sin fin y a cientos o miles de kilómetros de tierra?

Eso cuenta Ismael sobre el pobre grumete Pip, caído por dos veces accidentalmente de una ballenera en acción. En la segunda ocasión nadie pensó en pararse a rescatarlo y volver a perder la monstruosa y valiosa presa, más valiosa que el muchacho… en los mercados continentales, al menos:

“(…) lo que resulta intolerable es la espantosa soledad. ¡Dios mío!, ¿quién podría expresar la horrible concentración del yo en medio de tan inhumana inmensidad?”

En el proceso de pánico inconcebible experimentado por Pip y por cualquier náufrago flotante en las aguas, Melville imagina alucinaciones espontáneas de naturaleza mítica y eternidad ancestral… Refiriéndose a Pip antes de ser rescatado por el Pequod:

“(…) Vio el pie de Dios sobre el pedal del telar del mundo, y lo refirió así, y desde entonces sus compañeros de travesía lo tuvieron por loco.”


Melville reconociendo su propia locura por medio de sus personajes.

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